“Volveré al VRAE para ganar la guerra a los terroristas”
Exclusivo:. El valeroso capitán EP Jorge Matallana, que a pesar de estar herido salvó a toda una patrulla. Abatido el piloto del helicóptero Mi-17, el comandante Esneider Vásquez, el copiloto Jorge Matallana tomó los controles, continuó con el plan de vuelo y evitó que los senderistas cumplieran con el objetivo de matar a todos y destruir la aeronave.
Mará Elena Hidalgo.
“Volveré al VRAE y ganaremos la guerra a los terroristas. El comando nunca muere”, dice el capitán EP Jorge Matallana Abanto, copiloto del helicóptero Mi-17 atacado por terroristas la tarde del 14 de setiembre en las inmediaciones de San Martín de Pangoa, Satipo. Matallana estaba al lado del comandante EP Esneider Vásquez Silva cuando los senderistas dispararon directamente a la cabina de la aeronave en un intento por derribarla y matar a los miembros de una patrulla que habían cumplido misión.
“A pesar de todo, esta guerra contra el terrorismo y el narcotráfico la vamos a ganar”, reitera el capitán Matallana, internado en una clínica para restablecerse de las heridas sufridas durante el feroz ataque. Cuando Matallana observó que su jefe, el piloto Esneider Vásquez, había sido impactado por las ráfagas de la metralla de los asesinos, no dudó en tomar los controles del helicóptero ruso Mi-17 y continuar con la operación encomendada.
“Lo hice porque el comando nunca muere. Eso es lo que aprendí en el Ejército. Eso es lo que me decía mi comandante Vásquez”, explica el capitán Matallana. Recibió el impacto de dos esquirlas en el rostro. Uno cercano al ojo derecho, lo que le originó una inflamación ocular que le impide momentáneamente la visión, y el segundo se ubicó en la mejilla izquierda. No obstante las heridas, Matallana, de 32 años, prosiguió con la misión.
“En la base de Pichari, sede del Comando Especial del VRAE, se montó una operación para la extracción de cuatro patrullas que habían sido sembradas unos días antes. Dos helicópteros de la FAP sacarían dos patrullas, otros dos helicópteros harían lo mismo con otras dos patrullas. Yo iba como copiloto en la tercera aeronave”, relata el capitán Matallana: “Salimos de Pichari aproximadamente a las 4 y 40 de la tarde. El objetivo era desplazarnos hasta una zona conocida como ‘Flora’, a unos veinte minutos de vuelo desde Pichari. Cada helicóptero estaba encargado de sacar 13 hombres. Una vez que llegamos al lugar nos comunicamos con las patrullas para saber si la zona estaba asegurada, es decir, libre del enemigo, y nos dijeron que sí. El primer helicóptero ingresó a ‘Flora’ y no tuvo ningún problema en salir. Lo mismo pasó con el segundo. Entonces nos tocó el turno”.
“Entramos al helipuerto que habían improvisado las patrullas que íbamos a sacar. Bajamos y esperamos a que subieran. Subieron 12 y el último fue el capitán Jenner Vidarte. Un efectivo de la tripulación me avisó que los 13 ya estaban adentro. Entonces le digo al comandante Vásquez (el piloto): ‘Mi comandante, ya está la gente lista’. Y me contestó: “Muy bien. Número tres ¡saliendo!”.
Entonces llegó el fuego.
El sonido de la guerra
“El helicóptero se despegó de la tierra y se elevó hasta tres metros del piso y es allí cuando siento la ráfaga de una ametralladora que entraba en la cabina del piloto. A veces uno no se da cuenta de los disparos debido ruido del helicóptero y los audífonos que tenemos puestos. Por eso recién cuando me cayeron las esquirlas en la cara es cuando me doy cuenta del ataque”, continúa el capitán Matallana: “Entonces volteó hacia mi lado izquierdo para decirle a mi comandante que nos estaban disparando y debíamos salir rápido. Pero me encuentro su rostro lleno de dolor. Empieza a perder fuerzas y suelta lentamente los comandos. Me doy cuenta de que le habían impactado y que no podía pilotar”.
Los disparos continuaban. Los terroristas buscaban derribar la aeronave y acabar con la vida de todos los efectivos. Tenían en mente una carnicería, como lo hicieron en Anapati y en Sinaycocha. Precisamente las potentes ametralladoras que robaron de los helicópteros que destruyeron fueron usadas en el ataque de San Martín de Pangoa.
Eran segundos decisivos para el copiloto, el capitán Matallana.
El experimentado oficial se llenó de valor al ver a su comando muerto y resolvió continuar con la operación.
“A ver que el helicóptero se empezó a desestabilizar le dije al comandante, sin saber que ya estaba muerto: ‘Ya lo tengo, mi comandante. Y actúo desde mi comando. Agarro el control de la aeronave con la finalidad de salir del lugar, sin embargo, se encendió la grabadora del helicóptero y nos dicta las fallas que se registraban debido al impacto de las balas: ‘ falla en el generador número uno’, ‘falla en el generador número dos’, ‘falta combustible’. ¡Nos habían impactado 14 balas! Nosotros no pudimos responder el fuego desde el helicóptero porque en ese momento la reacción principal fue controlar la aeronave. Se me pasó por la cabeza regresar y atacar, pero al ver que la nave estaba en emergencia, resolví salir de la zona para salvar a la patrulla”, narra desde su lecho de herido el capitán Matallana.
“Le pregunto al ingeniero de vuelo (del helicóptero) cómo estaba la máquina, para decidir si debía aterrizar de emergencia y me responde: ‘No, jefe, sáquenos de aquí, no hay problema. ¡Sáquemos! Yo alcé vuelo y salí. Ya en el aire pregunto: ‘¿Y mi comandante cómo está?’ Y me contestan: ‘Ha fallecido’. Volteo hacia su lado y observo que su cuerpo se había ido hacia delante, hacia el tablero. Estaba sin vida”, señala el capitán, sin ocultar su pesadumbre. El comandante Esneider Vásquez y el capitán Matallana habían cumplido numerosas misiones juntos en la zona de guerra del VRAE.
“Era muy buena persona y piloto”, recuerda Matallana del comandante Esneider Vásquez: “Le decíamos ‘Gallo Claudio’ por el parecido con el dibujo animado. Le encanta su ‘chapa’, y él mismo se reportaba así cuando salía en vuelo y nos rectificaba cuando solo le decíamos ‘Gallo’ y no ‘Gallo Claudio’. Con él conformamos la tripulación para toda la temporada de 15 días en el VRAE. Nos dio recomendaciones antes del vuelo. Nos dijo que el comando nunca muere, que el jefe cae y asume el que le sigue y así sucesivamente. Me dijo que debía estar en condiciones de tomar la aeronave si algo pasaba y que me apoyara en la tripulación. Me decía: ‘Tienes que estar atento si me pasa algo. Tú ya estás en condiciones’. Entonces cuando lo vi herido automáticamente tomé los comandos de la nave y pude controlarla. No pensé que llegaría el día. Cumplí con sus instrucciones”.
Matallana tuvo que volver la mirada hacia el frente y continuar con el vuelo, porque en sus manos estaba la vida de toda una patrulla y del resto de la tripulación.
Misión cumplida, comandante
“El técnico Orlando García me indicaba las fallas de la aeronave y el alumno del ingeniero de vuelo, el suboficial Félix Ramos Huamaní, me cantaba los parámetros. En ese momento no teníamos activos los instrumentos con los que volamos. Así que, como yo ya había volado en esa zona, estaba ubicado y conocía el camino. De modo que conduje la máquina hasta la base de Pichari para llevar a los heridos”, siguió con su relato de guerra el copiloto Matallana.
“Sin embargo, no pude llegar a mi destino porque en el camino el ingeniero de vuelo me dice que teníamos que aterrizar de emergencia porque no teníamos combustible. El tanque había sido agujereado por las balas. Fueron impactadas las cañerías, las bombas y el combustible se había derramado. Hice un aterrizaje de emergencia. Vi un lugar seguro en la playa de un río cerca de Llochegua, en Huanta, y aterricé de emergencia. Si no lo hacíamos nos veníamos abajo e íbamos a lamentar más muertes”, afirma.
“Es lo mismo que seguramente habría hecho mi comandante Vásquez, por eso le digo, donde quiera que se encuentre: ‘Misión cumplida, mi comandante’”, se emociona Matallana.
¿Se pudo evitar el ataque?, le preguntamos. Hay quienes argumentan supuesta negligencia por enviar patrullas y helicóptero a una zona de presencia terrorista.
“No, somos vulnerables y los terroristas lo saben. Y saben que disparando a la cabina matan al piloto y copiloto y se traen la nave abajo. Afortunadamente no me dieron a mí y pude controlar la aeronave si no todos hubiéramos muerto. Negligencia no hubo, todo estuvo bien planeado, pero hay cosas que no se pueden evitar. ¡Es una guerra! Pero, como digo, volveré y lo haré para vencer junto a mis compañeros y a mi comando”, apunta con energía.
Temporada en el infierno verde
“Estoy en el VRAE desde el 2008 como copiloto del Mi-17. Por cada operativo puedo estar en la zona entre 15 días y tres semanas. Esta vez ingresamos en el área el primero de setiembre e íbamos a ser relevados el 15. El 14 fue el ataque. Es decir, 24 horas antes”, dice el capitán EP Jorge Matallana.
“Al capitán Jenner Vidarte (abatido en el ataque) lo conozco porque somos contemporáneos y nos hemos visto en la escuela militar. No sabía que él era el jefe de la patrulla. Recién cuando lo vi caído lo reconocí y me dio pena. Fue el último en subir. Le impactó un disparo en la espalda. El comandante también murió de un disparo en el costado. Estaba con chaleco antibalas, pero no lo cubrió”, señala.
“Cuando éramos atacados intentamos comunicarnos con el cuarto helicóptero. Era para avisarles que no ingresaran porque estábamos bajo fuego. Pero no logramos hacerlo y recogieron a su gente sin darse cuenta de que los terroristas también les habían disparado. Recién cuando llegaron se dieron cuenta de que el helicóptero tenía ocho impactos”, afirma.
Mará Elena Hidalgo.
“Volveré al VRAE y ganaremos la guerra a los terroristas. El comando nunca muere”, dice el capitán EP Jorge Matallana Abanto, copiloto del helicóptero Mi-17 atacado por terroristas la tarde del 14 de setiembre en las inmediaciones de San Martín de Pangoa, Satipo. Matallana estaba al lado del comandante EP Esneider Vásquez Silva cuando los senderistas dispararon directamente a la cabina de la aeronave en un intento por derribarla y matar a los miembros de una patrulla que habían cumplido misión.
“A pesar de todo, esta guerra contra el terrorismo y el narcotráfico la vamos a ganar”, reitera el capitán Matallana, internado en una clínica para restablecerse de las heridas sufridas durante el feroz ataque. Cuando Matallana observó que su jefe, el piloto Esneider Vásquez, había sido impactado por las ráfagas de la metralla de los asesinos, no dudó en tomar los controles del helicóptero ruso Mi-17 y continuar con la operación encomendada.
“Lo hice porque el comando nunca muere. Eso es lo que aprendí en el Ejército. Eso es lo que me decía mi comandante Vásquez”, explica el capitán Matallana. Recibió el impacto de dos esquirlas en el rostro. Uno cercano al ojo derecho, lo que le originó una inflamación ocular que le impide momentáneamente la visión, y el segundo se ubicó en la mejilla izquierda. No obstante las heridas, Matallana, de 32 años, prosiguió con la misión.
“En la base de Pichari, sede del Comando Especial del VRAE, se montó una operación para la extracción de cuatro patrullas que habían sido sembradas unos días antes. Dos helicópteros de la FAP sacarían dos patrullas, otros dos helicópteros harían lo mismo con otras dos patrullas. Yo iba como copiloto en la tercera aeronave”, relata el capitán Matallana: “Salimos de Pichari aproximadamente a las 4 y 40 de la tarde. El objetivo era desplazarnos hasta una zona conocida como ‘Flora’, a unos veinte minutos de vuelo desde Pichari. Cada helicóptero estaba encargado de sacar 13 hombres. Una vez que llegamos al lugar nos comunicamos con las patrullas para saber si la zona estaba asegurada, es decir, libre del enemigo, y nos dijeron que sí. El primer helicóptero ingresó a ‘Flora’ y no tuvo ningún problema en salir. Lo mismo pasó con el segundo. Entonces nos tocó el turno”.
“Entramos al helipuerto que habían improvisado las patrullas que íbamos a sacar. Bajamos y esperamos a que subieran. Subieron 12 y el último fue el capitán Jenner Vidarte. Un efectivo de la tripulación me avisó que los 13 ya estaban adentro. Entonces le digo al comandante Vásquez (el piloto): ‘Mi comandante, ya está la gente lista’. Y me contestó: “Muy bien. Número tres ¡saliendo!”.
Entonces llegó el fuego.
El sonido de la guerra
“El helicóptero se despegó de la tierra y se elevó hasta tres metros del piso y es allí cuando siento la ráfaga de una ametralladora que entraba en la cabina del piloto. A veces uno no se da cuenta de los disparos debido ruido del helicóptero y los audífonos que tenemos puestos. Por eso recién cuando me cayeron las esquirlas en la cara es cuando me doy cuenta del ataque”, continúa el capitán Matallana: “Entonces volteó hacia mi lado izquierdo para decirle a mi comandante que nos estaban disparando y debíamos salir rápido. Pero me encuentro su rostro lleno de dolor. Empieza a perder fuerzas y suelta lentamente los comandos. Me doy cuenta de que le habían impactado y que no podía pilotar”.
Los disparos continuaban. Los terroristas buscaban derribar la aeronave y acabar con la vida de todos los efectivos. Tenían en mente una carnicería, como lo hicieron en Anapati y en Sinaycocha. Precisamente las potentes ametralladoras que robaron de los helicópteros que destruyeron fueron usadas en el ataque de San Martín de Pangoa.
Eran segundos decisivos para el copiloto, el capitán Matallana.
El experimentado oficial se llenó de valor al ver a su comando muerto y resolvió continuar con la operación.
“A ver que el helicóptero se empezó a desestabilizar le dije al comandante, sin saber que ya estaba muerto: ‘Ya lo tengo, mi comandante. Y actúo desde mi comando. Agarro el control de la aeronave con la finalidad de salir del lugar, sin embargo, se encendió la grabadora del helicóptero y nos dicta las fallas que se registraban debido al impacto de las balas: ‘ falla en el generador número uno’, ‘falla en el generador número dos’, ‘falta combustible’. ¡Nos habían impactado 14 balas! Nosotros no pudimos responder el fuego desde el helicóptero porque en ese momento la reacción principal fue controlar la aeronave. Se me pasó por la cabeza regresar y atacar, pero al ver que la nave estaba en emergencia, resolví salir de la zona para salvar a la patrulla”, narra desde su lecho de herido el capitán Matallana.
“Le pregunto al ingeniero de vuelo (del helicóptero) cómo estaba la máquina, para decidir si debía aterrizar de emergencia y me responde: ‘No, jefe, sáquenos de aquí, no hay problema. ¡Sáquemos! Yo alcé vuelo y salí. Ya en el aire pregunto: ‘¿Y mi comandante cómo está?’ Y me contestan: ‘Ha fallecido’. Volteo hacia su lado y observo que su cuerpo se había ido hacia delante, hacia el tablero. Estaba sin vida”, señala el capitán, sin ocultar su pesadumbre. El comandante Esneider Vásquez y el capitán Matallana habían cumplido numerosas misiones juntos en la zona de guerra del VRAE.
“Era muy buena persona y piloto”, recuerda Matallana del comandante Esneider Vásquez: “Le decíamos ‘Gallo Claudio’ por el parecido con el dibujo animado. Le encanta su ‘chapa’, y él mismo se reportaba así cuando salía en vuelo y nos rectificaba cuando solo le decíamos ‘Gallo’ y no ‘Gallo Claudio’. Con él conformamos la tripulación para toda la temporada de 15 días en el VRAE. Nos dio recomendaciones antes del vuelo. Nos dijo que el comando nunca muere, que el jefe cae y asume el que le sigue y así sucesivamente. Me dijo que debía estar en condiciones de tomar la aeronave si algo pasaba y que me apoyara en la tripulación. Me decía: ‘Tienes que estar atento si me pasa algo. Tú ya estás en condiciones’. Entonces cuando lo vi herido automáticamente tomé los comandos de la nave y pude controlarla. No pensé que llegaría el día. Cumplí con sus instrucciones”.
Matallana tuvo que volver la mirada hacia el frente y continuar con el vuelo, porque en sus manos estaba la vida de toda una patrulla y del resto de la tripulación.
Misión cumplida, comandante
“El técnico Orlando García me indicaba las fallas de la aeronave y el alumno del ingeniero de vuelo, el suboficial Félix Ramos Huamaní, me cantaba los parámetros. En ese momento no teníamos activos los instrumentos con los que volamos. Así que, como yo ya había volado en esa zona, estaba ubicado y conocía el camino. De modo que conduje la máquina hasta la base de Pichari para llevar a los heridos”, siguió con su relato de guerra el copiloto Matallana.
“Sin embargo, no pude llegar a mi destino porque en el camino el ingeniero de vuelo me dice que teníamos que aterrizar de emergencia porque no teníamos combustible. El tanque había sido agujereado por las balas. Fueron impactadas las cañerías, las bombas y el combustible se había derramado. Hice un aterrizaje de emergencia. Vi un lugar seguro en la playa de un río cerca de Llochegua, en Huanta, y aterricé de emergencia. Si no lo hacíamos nos veníamos abajo e íbamos a lamentar más muertes”, afirma.
“Es lo mismo que seguramente habría hecho mi comandante Vásquez, por eso le digo, donde quiera que se encuentre: ‘Misión cumplida, mi comandante’”, se emociona Matallana.
¿Se pudo evitar el ataque?, le preguntamos. Hay quienes argumentan supuesta negligencia por enviar patrullas y helicóptero a una zona de presencia terrorista.
“No, somos vulnerables y los terroristas lo saben. Y saben que disparando a la cabina matan al piloto y copiloto y se traen la nave abajo. Afortunadamente no me dieron a mí y pude controlar la aeronave si no todos hubiéramos muerto. Negligencia no hubo, todo estuvo bien planeado, pero hay cosas que no se pueden evitar. ¡Es una guerra! Pero, como digo, volveré y lo haré para vencer junto a mis compañeros y a mi comando”, apunta con energía.
Temporada en el infierno verde
“Estoy en el VRAE desde el 2008 como copiloto del Mi-17. Por cada operativo puedo estar en la zona entre 15 días y tres semanas. Esta vez ingresamos en el área el primero de setiembre e íbamos a ser relevados el 15. El 14 fue el ataque. Es decir, 24 horas antes”, dice el capitán EP Jorge Matallana.
“Al capitán Jenner Vidarte (abatido en el ataque) lo conozco porque somos contemporáneos y nos hemos visto en la escuela militar. No sabía que él era el jefe de la patrulla. Recién cuando lo vi caído lo reconocí y me dio pena. Fue el último en subir. Le impactó un disparo en la espalda. El comandante también murió de un disparo en el costado. Estaba con chaleco antibalas, pero no lo cubrió”, señala.
“Cuando éramos atacados intentamos comunicarnos con el cuarto helicóptero. Era para avisarles que no ingresaran porque estábamos bajo fuego. Pero no logramos hacerlo y recogieron a su gente sin darse cuenta de que los terroristas también les habían disparado. Recién cuando llegaron se dieron cuenta de que el helicóptero tenía ocho impactos”, afirma.
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