28 de noviembre de 2011
Dos caras del drama colombiano
Una operación militar de búsqueda de rehenes en la provincia de Antioquia, en el sur de Colombia, permitió a efectivos de las FFAA dar con un campamento de las FARC oculto en plena selva. Por desgracia, los carceleros que custodiaban a los cautivos advirtieron la llegada de las tropas y huyeron, pero antes ejecutaron en forma bárbara a cuatro de sus prisioneros con disparos en la nuca, pese a que se encontraban indefensos y encadenados.
El salvajismo sin límites de este crimen de lesa humanidad ha estremecido al hermano país y provoca la más enérgica condena. Máxime cuando se trataba de los rehenes más antiguos en poder del grupo guerrillero, todos con más de un decenio en cautiverio. De los cuatro asesinados, el coronel de policía Edgar Yesid Duarte, el mayor de policía Elkin Hernández Rivas, el subteniente Álvaro Moreno y el sargento del ejército José Livio Martínez, el más conocido era el caso de este último.
Es que José Livio Martínez llevaba 14 años en poder de la guerrilla, tal como lo recordaba año a año su hijo Johan Steven Martínez, hoy con 13 años, quien nunca conoció a su padre y no se cansó de pedir su liberación. El adolescente realizó marchas de 100 kilómetros, participó en actos públicos e incluso organizó conciertos en beneficio de su causa y la de los rehenes. Pero solo consiguió comunicarse con su padre de modo indirecto y a través de los videos conocidos como “testimonios de vida”.
No es la primera vez que las FARC llevan a cabo este crimen, pues en 2003 ejecutaron al gobernador de la provincia de Antioquia y en 2007 abatieron a 11 diputados debido a una información –que luego se descubrió equivocada– sobre un asalto al campamento donde estaban cautivos. Pero no había precedentes de asesinatos producidos cuando los rehenes se encontraban tan cerca de la libertad, y eso agrega repudio a lo ocurrido.
Por suerte, un acontecimiento inesperado ha venido a paliar parcialmente el dolor de un pueblo conmocionado por este crimen. Un quinto cautivo, el sargento del ejército Luis Alberto Erazo, logró escapar de sus captores e internarse en la selva poco antes de la masacre. Aunque dispararon contra él y le arrojaron granadas que lo hirieron ligeramente, pudo mantenerse oculto y luego reencontrarse con las tropas que llegaron al campamento.
Erazo llevaba 12 años secuestrado y, luego de ser curado de sus heridas, ha podido reencontrarse con su esposa e hijas adolescentes. Se calcula que aún queda en poder de las FARC una decena de cautivos, los que no pueden afrontar el precio del “rescate” impuesto por sus verdugos. La orden de continuar la guerra dada por “Timochenko”, nuevo jefe máximo de la guerrilla, lleva a suponer que, pese a los golpes recibidos, la perversa “industria del secuestro” seguirá.
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