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viernes, 24 de febrero de 2012


(Editorial) El espejismo de la ayuda

No buscamos decir que la ayuda para el desarrollo no sirva para nada. Lo que estamos diciendo es que no alcanza (ni ha alcanzado jamás, en país alguno) para lograr el progreso
Viernes 24 de febrero de 2012 - 07:00 am
Las declaraciones de Bill Gates en España recomendando que ese país deje de destinar fondos para ayudar al Perú, por tratarse ya de una nación con ingresos medios, han levantado entre nosotros un embate de críticas.
Bien vistas las cosas, sin embargo, la posibilidad de perder fondos de la cooperación internacional para el desarrollo no debería generarnos tanta ansiedad. Las dádivas internacionales ayudan menos de lo que se suele creer a la superación de la pobreza y, de hecho, muchas veces la complican.
Ninguna región del mundo ha recibido más ayuda desarrollista internacional en los últimos 50 años que África (alrededor de US$600.000’000.000) y, sin embargo, el país promedio africano sigue siendo igual de pobre que hace medio siglo, habiendo incluso algunos que han empeorado su situación.
La razón por la que la ayuda para el desarrollo no suele lograr su cometido es que acostumbra partir de un error de base: concebir el desarrollo como la tenencia de bienes para satisfacer las necesidades básicas de una población y no como la capacidad de generar estos bienes. Recibir toneladas de pescado no garantiza nada que no sea efímero si uno no sabe o no tiene cómo conservar ese pescado y, más trascendentemente aún, cómo pescar más.
Ni siquiera cuando los envíos de quienes nos proveen de pescado son permanentes podemos decir que ya no somos pobres más que en un sentido falaz. La dependencia, después de todo, es la antítesis del desarrollo porque quien depende de otro para poder satisfacer sus necesidades es vulnerable en esta satisfacción. Solo puede salir realmente de la pobreza quien vive en un contexto que le permite generar por sí mismo, independientemente de la buena voluntad y medios de cualquier tercero, la riqueza que necesita. Y no importa para estos efectos si ese tercero benefactor es internacional o el propio Estado del beneficiario.
Por otro lado, las dádivas tienen un problema adicional: acostumbran y, al hacerlo, adormecen el empuje y la creatividad con las que se crea la riqueza.
Es cierto que existe una ayuda internacional desarrollista más sofisticada planeada para enseñar a pescar. Pero esa ayuda normalmente está sometida a una serie de incentivos perversos que dificultan que llegue de forma efectiva a nadie que no sea la propia burocracia dorada destinada a manejarla (de hecho, gran parte de la ayuda que recibe África sin mejorar duraderamente la vida de nadie es de este tipo). Por ejemplo, en el Fondo Monetario Internacional por cada US$10 que se destinan a cooperación, otros US$7,5 se gastan en su propia burocracia. Y no es que esos US$10 se entreguen a los beneficiarios, sino solo a estados y ONG que a su vez tienen sus burocracias en el camino de estos beneficiarios. En el Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo, por su parte, se gasta US$10 en cooperación (entregada también a estados u ONG) por cada US$13 usados en la burocracia del programa.
No buscamos decir que la ayuda para el desarrollo no sirva para nada. Lo que estamos diciendo es que no alcanza (ni ha alcanzado jamás, en país alguno) para lograr el progreso. La ayuda puede paliar carencias duras e injustas mientras llega el desarrollo. Pero a este solo se le trae empoderando a las personas –a cada una de ellas– para que tengan cómo ser las dueñas y garantes de sus propios destinos. Si lo que nos importa es, entonces, la superación de la pobreza, a los peruanos tendría que preocuparnos hacer cosas como abrir nuestros mercados, reducir el costo de la formalidad, generar infraestructura y dar educación, en lugar de lo que va a suceder o no con la ayuda de alguien.

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