Prisioneros de nuestro miedo
La ausencia de políticas para proteger al ciudadano y el abandono de la fuerza policial han resultado en un incremento de la delincuencia en el país, lo que ha llevado a que el peruano sea el que se siente más inseguro entre todos los latinoamericanos.
Incluso, no importa que en otros países se hayan cometido más asesinatos –que es el argumento que usualmente da el Gobierno–; el hecho es que nuestra población se sienta asediada, aun en su propia casa.
Por otro lado, todos los candidatos presidenciales dicen estar preocupados ofreciendo al electorado subirle el salario a la policía y endurecer las penas a los criminales. Propuestas que aun de poder realizarse es poco probable que demuestren ser la solución a una dramática situación que durante los últimos años se ha continuado deteriorando.
Posiblemente, la gravedad del problema requiera de un manejo integral –interno y externo– de todo el tema de seguridad. Primero, asignando eficientemente los recursos con los que cuenta el Estado, para lo cual habría que preguntarse si tiene sentido que el Perú mantenga un ejército con 30 mil soldados más que el chileno. Al final de cuentas, las guerras modernas se ganan con armamento y equipamiento moderno, no con carne de cañón como antaño.
Coincidentemente, 30 mil es lo mínimo que, de acuerdo con la mayoría de especialistas, se debería de aumentar la fuerza policial, si es que se quiere patrullar adecuadamente y realizar una política de policía vecinal.
Paralelamente al aumento en el número de efectivos, también habría que reformar la institución policial. Mejorar la capacitación del guardia e introducir remuneraciones variables para incentivar su labor. Asimismo, automatizar a todas las comisarías para reducir la carga burocrática que le impide al policía salir a cumplir su función y aligerar la grasa institucional, reduciendo el número de generales en el escalafón. Finalmente, desarrollar una política de acercamiento a la comunidad con más policías caminando las calles a fin de restablecer su relación con la población.
Por el lado del narcotráfico, crear fuerzas y tribunales especiales para evitar que sean infiltrados, así como concluir con la ambigüedad política frente a los cocaleros que ha facilitado que las zonas de cultivo de coca se hayan multiplicado.
En todo caso, lo que no podemos hacer es resignarnos a seguir viviendo atemorizados, virtualmente encarcelados.
Incluso, no importa que en otros países se hayan cometido más asesinatos –que es el argumento que usualmente da el Gobierno–; el hecho es que nuestra población se sienta asediada, aun en su propia casa.
Por otro lado, todos los candidatos presidenciales dicen estar preocupados ofreciendo al electorado subirle el salario a la policía y endurecer las penas a los criminales. Propuestas que aun de poder realizarse es poco probable que demuestren ser la solución a una dramática situación que durante los últimos años se ha continuado deteriorando.
Posiblemente, la gravedad del problema requiera de un manejo integral –interno y externo– de todo el tema de seguridad. Primero, asignando eficientemente los recursos con los que cuenta el Estado, para lo cual habría que preguntarse si tiene sentido que el Perú mantenga un ejército con 30 mil soldados más que el chileno. Al final de cuentas, las guerras modernas se ganan con armamento y equipamiento moderno, no con carne de cañón como antaño.
Coincidentemente, 30 mil es lo mínimo que, de acuerdo con la mayoría de especialistas, se debería de aumentar la fuerza policial, si es que se quiere patrullar adecuadamente y realizar una política de policía vecinal.
Paralelamente al aumento en el número de efectivos, también habría que reformar la institución policial. Mejorar la capacitación del guardia e introducir remuneraciones variables para incentivar su labor. Asimismo, automatizar a todas las comisarías para reducir la carga burocrática que le impide al policía salir a cumplir su función y aligerar la grasa institucional, reduciendo el número de generales en el escalafón. Finalmente, desarrollar una política de acercamiento a la comunidad con más policías caminando las calles a fin de restablecer su relación con la población.
Por el lado del narcotráfico, crear fuerzas y tribunales especiales para evitar que sean infiltrados, así como concluir con la ambigüedad política frente a los cocaleros que ha facilitado que las zonas de cultivo de coca se hayan multiplicado.
En todo caso, lo que no podemos hacer es resignarnos a seguir viviendo atemorizados, virtualmente encarcelados.
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