Comisión de la cizaña
Jorge Morelli
Lo que hizo la Comisión de la Verdad fue enlodar la limpia victoria del Perú sobre el terrorismo, con la mentira de que ella fue fruto de una política de violación sistemática de los derechos humanos. Lo que hizo fue sepultar la legitimidad de la respuesta que el Perú forjó bajo la pesada losa de un término vejatorio eficaz. La prueba de que tal política nunca existió no puede ser más sencilla y evidente: si hubiese existido la tal política de violación de los derechos humanos probablemente, ¿por qué no fueron ejecutados extrajudicialmente cuando cayeron los cabecillas terroristas principales. En cambio, fueron todos capturados, procesados, condenados y encarcelados. Están vivos.
Jorge Morelli
Lo que hizo la Comisión de la Verdad fue enlodar la limpia victoria del Perú sobre el terrorismo, con la mentira de que ella fue fruto de una política de violación sistemática de los derechos humanos. Lo que hizo fue sepultar la legitimidad de la respuesta que el Perú forjó bajo la pesada losa de un término vejatorio eficaz. La prueba de que tal política nunca existió no puede ser más sencilla y evidente: si hubiese existido la tal política de violación de los derechos humanos probablemente, ¿por qué no fueron ejecutados extrajudicialmente cuando cayeron los cabecillas terroristas principales. En cambio, fueron todos capturados, procesados, condenados y encarcelados. Están vivos.
Por una enfermiza obsesión cuyas raíces se hunden en la mala conciencia de sus propias culpas, la CVR le negó a los peruanos el legítimo orgullo a que tenían derecho ante la comunidad internacional por su victoria ejemplar al equiparar tácita y maliciosamente la manera como se derrotó al terrorismo acá, con la forma en que se procedió en Argentina o en Chile. Allá lo que se hizo fue repetir la política brutal que los franceses aplicaron en Indochina y en Argelia. Acá, se aplicó la de los ingleses en Malasia: los “corazones y las mentes”. A ella precisamente se debió la victoria: a la colaboración de las comunidades andinas.
Si hubo, pues, una política y fue la que cambió la dinámica que estaba llevando la acción antisubversiva a fines de los 80 hacia una multiplicación de actos violatorios de los derechos humanos. No por efecto de una política de violación, sino como consecuencia del descontrol y la incapacidad de gobiernos sucesivos de articular una respuesta eficaz ante el terrorismo, y abandonar a las Fuerzas Armadas a su suerte sin asumir la responsabilidad política de la conducción. Los militares –decíamos muchos entonces– no solo tienen el deber de obedecer órdenes, sino el derecho de recibirlas del poder constitucional.
No hay sino necedad, por eso, en la calumnia de que el fujimorismo tiene la culpa de que el terrorismo pretenda ser hoy partido político por haberse opuesto a las mezquindades de la CVR, cuando fue esa malhadada junta la que sembró la cizaña que dividió a los peruanos. Pero la historia reivindicará la verdad.
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