Chile y la reconciliación
Por: Daniel Parodi
Al leer la réplica de Cristian Leyton a mi artículo “Ménage à trois”, me interrogué sobre el significado del vocablo reconciliación. Lo que encontré en RAE fue que reconciliación viene del verbo reconciliar, el que se define como “volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos”. De allí que mi siguiente reflexión fue que algo debe andar muy mal entre peruanos y chilenos para que la propuesta de reconciliarnos reciba de Leyton una respuesta tan adversa como tajante.
En realidad, los procesos de la reconciliación internacional son implementados por estados con líderes cuya madurez les permite comprender que entre sus colectivos existe una “mala vibra” debido a eventos del pasado que, a través del imaginario colectivo se deslizan hasta el presente y lo obturan. Dichas reconciliaciones se realizan a partir de una compleja negociación, de acuerdo con modelos desarrollados en la vasta literatura que trata el tema.
En una reconciliación las partes acercan paulatinamente sus posiciones y realizan recíprocas concesiones hasta llegar a ejecutar un conjunto de políticas binacionales al breve, mediano y largo plazo. El objetivo principal es que los colectivos de los países “enemistados” participen activamente de una nueva etapa de la relación bilateral, la que finalmente romperá con la mala percepción y prejuicios heredados de los tiempos pasados.
Un proceso de reconciliación no trata solo los temas polémicos de la historia; es, más bien, propositivo. Busca integrar a las poblaciones fronterizas con diversas actividades culturales y visitas recíprocas; promueve que los jóvenes de uno y otro lado se conozcan desplazándose al país vecino a través de programas de intercambio, etc. Claro que la Guerra del Pacífico, y sus excesos, son, desde la posición peruana, un tema a revisarse; como para Chile seguramente lo será el reconocimiento de su participación en el logro de la Independencia del Perú. Cuando se alcanza el consenso, los mandatarios se dirigen juntos a ambos pueblos y dejan un monumento, un lugar de la memoria para recordar, más que el acontecimiento, el cambio de mirada sobre el acontecimiento.
El trauma peruano respecto de la guerra es una realidad y es lógico que lo sea, pero para superarlo el Perú necesita de Chile, no es un tema unilateral como se piensa por allá. Chile por su lado, debe aprender a coexistir con su pasado, que no es tan irreprensible como lo relata su historia oficial, ni como lo cree Leyton. Constatarlo, aceptarlo, no hará a Chile menos de lo que es, sino todo lo contrario. A su alta organización institucional se le sumará lo que hoy no tiene: una convivencia regional solidaria y favorable al mejor posicionamiento del subcontinente en el mundo globalizado.
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