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miércoles, 22 de febrero de 2012


La historia de 'Artemio': de universitario frustrado a cabecilla terrorista

Postuló a San Marcos y a la UNI sin éxito, viajó al Huallaga y apoyó al gremio cocalero hasta integrarse a Sendero Luminoso en 1984
Miércoles 22 de febrero de 2012 - 08:05 am
Artemio, Florindo Eleuterio Flores Hala
La pequeña foto a la izquierda es de 1979, cuando ‘Artemio’ estaba en el Ejército. En la imagen más grande, se le ve herido tras su captura. (El Comercio)
ÓSCAR CASTILLA C.
Unidad de Investigación
Artemio’ no siempre fue ‘Artemio’. Tiempo atrás fue el joven Florindo Eleuterio Flores Hala, hasta que dejó su nombre en el olvido, como antes había hecho con su familia en Camaná (Arequipa), con sus recuerdos en el Ejército y su paso por la convulsionada Lima de los 80 y su arribo al Huallaga. Hace dos años, una investigación de El Comercio reveló su identidad y todo aquello que el último cabecilla de Sendero Luminoso quería dejar en el pasado. Hoy, luego de su captura, revelamos detalles inéditos de su desconocida historia personal. ‘Artemio’ –según información contada por él mismo tras conocerse su identidad en el 2010– nació en 1961. Fue hijo de una familia campesina e iletrada de Camaná que vivió al servicio de un hacendado que los despidió por temor a la reforma agraria implantada en la dictadura militar de Juan Velasco Alvarado (1968-1975). “Este hecho marcó mi vida”, confesó el jefe senderista en la documentación investigada por este Diario. Luego de este episodio, y de estudiar en dos colegios de su ciudad, ingresó al Ejército sin concluir la secundaria.
“Con 16 o 17 años me presenté al servicio militar obligatorio. Estar [en el Batallón de Tanques 221 de Locumba en la ciudad de Tacna] fue una gran experiencia, que luego estudié y practiqué a plenitud porque intuitivamente sabía que iría a la guerra. Allí cumplí mi sueño”, dijo ‘Artemio’, quien al mismo tiempo exhibió un virulento sentimiento antichileno. En 1979, Flores Hala se dio de baja del Ejército luego de vivir varias “decepciones por las diferencias entre oficiales y soldados y viajé a Lima como cualquier provinciano con aspiraciones”. Aquí ingresó a un colegio nacional para acabar sus estudios secundarios.
“Hice trabajos de limpiador [lugar del que me despidieron en pocos meses], soldador y hasta de electricista”, contó ‘Artemio’. Eran tiempos de convulsión, Sendero Luminoso había iniciado su llamada “guerra popular” el 17 de mayo de 1980 en Chuschi (Ayacucho) y anunciado su ingreso a Lima con un atentado incendiario contra la Municipalidad de San Martín de Porres y colgando perros muertos en las calles del Centro Histórico en agosto y diciembre de ese año.
SENDERO EQUIVOCADO
Bajo ese panorama sombrío, Flores Hala, de 20 años, intentó postular a laUniversidad Nacional Mayor de San Marcos y a la Universidad Nacional de Ingeniería, centros de ebullición ideológica de la izquierda de la época. De ambas universidades procedieron importantes mandos de Sendero, pero esto no ocurrió con el joven camanejo ya que fracasó en su intento por cursar estudios superiores. Esto no le importó mucho ya que empezó a frecuentar a un grupo de estudiantes que lo acercó al pensamiento senderista.
Y así, “mientras servía en calidad de reservista del Ejército las veces que era convocado y bajo el influjo de Sendero Luminoso en Lima, de los conflictos en Centroamérica y la guerra de las Malvinas, en los 80, busqué mi destino”, contó. “Después de darle muchas vueltas al mismo tema –prosigue– mis compañeros y yo decidimos buscar a Sendero en el campo, en el monte, y viajamos al Alto Huallaga”. Parece que tuvieron el dato preciso. La sierra de Ayacucho, entonces, se desangraba por la ofensiva subversiva y la violenta reacción del Ejército en 1983. De tal forma que Sendero había dispuesto la creación de un nuevo frente subversivo en el valle cocalero del río Huallaga. Hasta allí llegó Flores Hala.
A ORILLAS DEL HUALLAGA
“Los vientos del verano limeño de los 80 me trajeron al Huallaga. Llegué a Aucayacu y lo primero que comí fue un chilcano de carachama con plátano bellaco al ritmo de radio Ribereña que emitía música típica de la selva y hasta de los Shapis [grupo de música tropical]. Este acogedor pueblo no era muy grande, pero se notaba el gran movimiento de personas y la tremenda bonanza del lugar”. Sin embargo, la situación en la zona no era para niños. Desde Tingo María hasta Aucayacu y de allí, a través de la Marginal de la selva, hasta Uchiza y Tocache, se observaba el dominio de las firmas colombianas y peruanas y la prosperidad falaz que trae la droga.
‘Artemio’ describió así su arribo a la zona: “Rápidamente pude notar motos lineales por doquier y familias de migrantes que llegaban de Lima, Piura, Áncash, Huánuco y Trujillo. La gente, en ciertos casos campesinos golondrinos de la sierra, llegaba a sembrar coca, hacía dinero y volvía a su tierra. Era el ‘boom’ de la coca y de la droga en el Huallaga. Todo el valle se había convertido en el viejo oeste y reinaba la ley del más fuerte”. En esas circunstancias, la presión de la política antidrogas de EE.UU. recayó sobre el Perú y ya con el gobierno de Belaunde se crearon dos órganos (el Corah y el Peah) para erradicar la hoja de coca e implementar cultivos alternativos.
Esto provocó la creación del primer frente cocalero en el Huallaga. Hoy se conoce que el joven Flores Hala se incorporó a este gremio, pero como un miembro más, en las manifestaciones ocurridas entre 1982 o 1983. “Yo participé –dijo– en dos marchas de sacrificio en contra de la erradicación de los cocales y fuimos reprimidos por la policía en Aucayacu. Allí se observaron, por primera vez, las banderas rojas con la hoz y el martillo de Sendero”.
En 1984, el último cabecilla subversivo comenzó a realizar trabajo político de campo en la zona y, después de los primeros atentados contra puestos policiales en el Huallaga ese año, logró contactar a los jefes de Sendero en el valle. “Así me incorporé como voluntario y combatiente”. Desde entonces dejó en el olvido su verdadera identidad para adoptar el alias de ‘José’ [Flores Hala, como le gusta llamarse] o ‘Artemio’, apodo que se convirtió en sinónimo de crueldad y sangre en el Huallaga durante tres décadas y que ha perdurado hasta nuestros días.

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