Chalecos Mortales
Ministro de Defensa sospecha de corrupción y ha solicitado que Contraloría investigue el caso. |
El pasado miércoles 14 de marzo, un oficio firmado por el ministro de Defensa Luis Alberto Otárola cayó como una bomba sobre el escritorio del jefe del Ejército, general de división Víctor Ripalda Ganoza.
En el documento, etiquetado como “muy urgente”, Otárola le ordenó a Ripalda realizar las coordinaciones para retirar inmediatamente un lote de 1,000 chalecos antibalas que habían sido distribuidos en las bases más importantes del Valle de los Ríos Apurímac Ene (VRAE) “porque estarían poniendo en riesgo la salud y vida del personal militar del Comando Especial VRAE”.
La alarma de Otárola era fundada: esos chalecos fueron entregados en agosto del año pasado a los comandos y oficiales del Ejército para protegerse de los francotiradores terroristas en la selva del VRAE, pero en realidad sucedería lo contrario.
Los chalecos carecían de las placas antibalas de acero, necesarias para mitigar el impacto de los proyectiles, y ahora se investiga si aquello ocasionó la muerte de algunos de los militares que los usaron durante recientes operaciones de patrullaje, según fuentes castrenses de alto nivel.
CONTRATO PARA MORIR
Esta historia arranca en agosto de 2010 con la suscripción de un convenio entre el Ejército y la compañía norteamericana Point Blank Solutions INC (PBSI).Dicha empresa, localizada en Florida, es fabricante de chalecos antibala y otros productos de protección balística, tales como placas, escudos y cascos, además de proveedor de algunas agencias federales de los Estados Unidos.
El convenio establece que PBSI fabricaría 6,000 chalecos, por S/. 6 millones, para luego enviarlos al Centro de Producción Técnica (CETPRO), de la 18a Brigada Blindada del Rímac, donde se les acondicionaría el laminado de acero.
Según el acuerdo, cada chaleco balístico, modelo Paca Internacional y ‘Nivel de protección IIIA’, es decir el más seguro, viene equipado con un paquete balístico de fibra Kevlar 3000d y laminado Honeywell Gn2115. Se trata de placas de acero que mitigan el impacto de las balas de armas largas.
Chalecos antibalas nivel IIIA |
El documento lleva las rúbricas del general EP Richard Pitot, entonces jefe de la 18º Brigada Blindada del Rímac, y los norteamericanos Michael Foreman y Patrick Stallings, en su calidad de representantes de Point Blank.
EL BLANCO PERFECTO
Los primeros 1,000 chalecos nivel IIIA llegaron al CETPRO en mayo del año pasado para el acondicionamiento del laminado de acero y el paquete balístico y, en agosto, fueron destinados a las bases estratégicas del VRAE.En los últimos meses, sin embargo, se produjeron diversos ataques terroristas que ocasionaron la muerte de oficiales del Ejército que llevaban puestos los nuevos chalecos. Dos oficiales de alta graduación dijeron a CARETAS que se investigan versiones que indican que el capitán EP Germán Parra del Carpio, asesinado el 16 de febrero pasado en Ayacucho, tenía el chaleco nivel IIIA cuando una bala de AKM le perforó el pecho en las cercanías de la Base Unión Mantaro en la entrada al Vizcatán (CARETAS 2224).
¿Qué había ocurrido? La Oficina de Control Interno (OCI) del Ministerio de Defensa fue informada de que los chalecos carecían de las láminas de acero para mitigar el impacto de las balas calibre 7.62 mm de fusiles FAL Y AKM, y así consta en el oficio que Otárola envió al Jefe del Ejército.
Eso indica que los chalecos distribuidos en el VRAE para proteger a los comandos EP no estaban ensamblados adecuadamente. Eran inservibles.
¿Qué pasó entonces con las placas de acero? El escándalo involucra a la Región Militar Centro, la más importante del país, y también a la Dirección de Logística del Ejército. Por lo pronto, el ministro Otárola sospecha de corrupción, pues ha solicitado a la OCI y a la Contraloría General de la República que investiguen el caso. También ha exigido que el Comando Conjunto de las FF.AA. adopte medidas urgentes para dotar a los 1,000 chalecos de las láminas antibalas requeridas. Debería apuntar bien arriba. Los heroicos oficiales del Ejército han dado su vida luchando contra un enemigo invisible en una selva que ya es un cementerio verde. Sería un verdadero crimen que salgan a la caza de los terroristas con un equipamiento que, lejos de protegerlos, los hace más vulnerables. (Américo Zambrano)
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