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sábado, 4 de agosto de 2012


POR QUÉ EL CAPITALISMO TIENE UN PROBLEMA DE IMAGEN

Charles Murray
WALL STREET JOURNAL: el autor examina los negros nubarrones que se ciernen sobre los negocios, la actividad económica y las empresas en los EEUU, y lo que los capitalistas pueden hacer al respecto. Una versión de este artículo apareció 28 de Julio de 2012, en “El ensayo de los sábados”, pág. C1 del WSJ.Charles Murray es Profesor WH Brady en el American Enterprise Institute, AEI. Ha escrito “Coming Apart: la condición de la América blanca, 1960-2010″.
Traducción y edición: Alberto Mansueti
Para el ex Gobernador de Massachussetts, Mitt Romney, el controversial asunto de su pasantía en la Compañía Financiera Bain debería ser pan comido: ha sido un capitalista exitoso, y el capitalismo es lo mejor que le ha pasado a la raza humana en cuanto a su condición material. Y ya. Desde los albores de la historia hasta el s. XVIII, todas las sociedades existentes en el mundo fueron pobres excepto sus delgadas capas superiores. Después de eso aparecieron el capitalismo y la Revolución Industrial; y todo cambió a partir de entonces. Dondequiera el capitalismo triunfó posteriormente, la riqueza nacional comenzó a aumentar, y la pobreza a decaer. Dondequiera el capitalismo no se arraiga, la gente sigue pobre. Y donde el capitalismo es rechazado, la pobreza ha aumentado y sigue así.
El capitalismo ha levantado al mundo de la pobreza, porque brinda a la gente la oportunidad de hacerse rico creando valor, y cosechando las recompensas. ¿Quién mejor para Presidente de la mayor nación capitalista del mundo que un hombre que se hizo rico por ser un capitalista brillante?
Sin embargo, no ha funcionado así para el Sr. Romney. “Capitalista” se ha convertido en una acusación letal, un insulto. La destrucción creadora, que está en el corazón mismo de una economía en expansión, se ve ahora como un mal. Los estadounidenses, cada vez más parecen aceptar esa misma mentalidad que ha mantenido y mantiene a la mayor parte del mundo en la pobreza durante milenios: “Si te hiciste rico, es porque en el camino hiciste a otro más pobre”.
¿Qué fue lo que cambió el estado de ánimo de este país, antes famoso como ningún otro precisamente por celebrar el éxito económico de sus conciudadanos? Dos cambios importantes en las condiciones objetivas han contribuido a ello. Uno es el surgimiento del capitalismo “de amigotes” (en EEUU ‘crony capitalism’): la gente de arriba se cubre las espaldas, y se protege con sus “paracaídas dorados”, a expensas de otros, por ej. de los accionistas ordinarios de las compañías. Pero ese problema es trivial comparado con el clima de complicidad generado por el Gobierno. En el mundo de hoy, casi todas las operaciones de los negocios y de las empresas se afectan con los numerosos reglamentos dictados por los legisladores y los burócratas. E impuestos. Resultado: corrupción a escala masiva.
A veces la corrupción es al por menor, cuando una empresa se crea una ventaja para ella con la ayuda de reguladores o políticos que le conceden sus “asignaciones” (“earmarks”). A veces la corrupción es al por mayor, cuando se crea un potencial de beneficios para toda una industria entera, que no existiría si no fuese por los subsidios y las regulaciones: es el caso por ej. del etanol, usado como combustible para automóviles; o el caso también de las hipotecas a bajo interés, para gente que probablemente no las pagará nunca. En una u otra forma el capitalismo colusorio se ha hecho muy visible, y así se define cada vez más el “capitalismo” en la mente del público.
Otro cambio en las condiciones objetivas ha sido el surgir de muchas grandes fortunas rápidas, labradas de la noche a la mañana en los mercados financieros. Siempre ha sido cosa fácil para los estadounidenses aplaudir a quienes se enriquecen haciendo productos y servicios que el público quiere comprar masivamente; y por eso gente como Thomas Alva Edison y Henry Ford por ejemplos, fueron héroes populares hace un siglo, o como Steve Jobs, que murió el año pasado.
Pero es muy diferente cuando se hace una gran fortuna con decisiones inteligentes de compras y ventas en los mercados de papeles, operaciones que parecen tener olor a cosas como información interna privilegiada, misteriosos instrumentos financieros, oportunidades no accesibles a la gente común, y mucho “Abracadabra”. Si hay algún bien que estas personas hayan hecho en el proceso de hacerse ricas, es algo oscuro. Los beneficios generales para todos, devenidos como resultado de alguna mejor y más eficiente asignación de capital, causada o facilitada por este tipo de operaciones, son muchas veces reales, y enormes; pero también son harto difíciles de explicar de manera sencilla y persuasiva a la gente común. Para buena parte de la población, parece que estos nuevos ricos, tan fabulosamente ricos de repente, no han hecho nada bueno para merecerlo.
Los cambios objetivos en el capitalismo tal y como plausiblemente se practica, explican gran parte de la hostilidad hacia el sistema. Pero no explican la evidente falta de voluntad para defenderse de los ataques, por parte de los capitalistas que se vuelven ricos a la antigua: haciendo buenas ganancias en libre competencia, sin ayuda del Estado, en los mercados financieros o no financieros.
Personalmente atribuyo esa timidez a otras dos causas. Primero, muchos de los grandes capitalistas exitosos de hoy son gente de izquierda, y pueden pensar que su trabajo es legítimo, pero no sienten ninguna lealtad al capitalismo como sistema, ni parentesco alguno con los capitalistas en el lado de la derecha de la valla política. Segundo, estos capitalistas de izquierda se concentran en lo que más cuenta: sus negocios. ¿Y cuáles son? Resulta que los empresarios más visibles en la industria de alta tecnología son en su mayor parte de izquierda. Lo mismo ocurre con quienes dirigen las industrias del entretenimiento y las noticias. E incluso líderes de la industria financiera comparten cada vez más la política del millonario de izquierdas George Soros. Y si vemos los datos a partir de la recaudación de fondos para causas o campañas electorales, o de los candidatos que resultan electos al Congreso, y según los códigos postales de las áreas de residencia de quienes se involucran, resulta que las élites con más influencia en la cultura son gente que se avergüenza de ser capitalista; ¡y el efecto se nota en su trabajo diario!
Otro factor de gran importancia es la separación entre el capitalismo por una parte, y por la otra las virtudes morales. Históricamente, las ventajas de la libre empresa y las obligaciones del éxito logrado se entrelazaban las unas con las otras en nuestro catecismo nacional de EEUU. Por ej. las “Lecturas McGuffey”, que varias generaciones de niños estadounidenses leían, les traían montones de historias que encomiaban la iniciativa, el trabajo duro y el espíritu emprendedor, como nobles virtudes; tantas como también aquellas otras que alababan igualmente las virtudes del autocontrol, de la integridad personal, y del interés y preocupación por las personas que dependen de uno. Así de esta manera, la plena libertad de actuar, pero también la obligación ética de actuar de cierto modo y no de otro, se veían entonces como dos caras de la misma moneda americana. Pero muy poco de todo eso ha sobrevivido en nuestros tiempos.
Y no ha sobrevivido, porque para aceptar el concepto de “virtud”, se requiere creer firmemente que ciertas formas de conducta son correctas, y que las demás no lo son; y que eso es así siempre y en todas partes, de forma universal. Esa postura, que hoy es considerada como abiertamente judicativa (“juzgadora”), ya no es aceptable en muchas escuelas de los EEUU, ni en muchos hogares.
Por eso, con el relativismo Posmodernista, vemos el deterioro del sentido de “Mayordomía” (‘stewardship’), que alguna vez estuvo tan extendido entre los americanos de éxito. Y se ve la casi desaparición del sentido de decencia, que llevaba a los capitalistas exitosos a obedecer a ciertas pautas. Muchas personas importantes del mundo financiero se horrorizaban por lo que sucedía poco antes de la crisis de 2008; pero sin embargo estuvieron en silencio, antes, durante, y después de la catástrofe. Porque los capitalistas que se comportan de manera honorable y con reglas, ya no tienen ni la plataforma ni el vocabulario requerido para predicar sus normas, ni para condenar a los capitalistas que se conducen de modo deshonroso y temerario.
Así la reputación del capitalismo ha caído por el suelo, y su defensa en términos de principios debe ser rehecha, con urgencia. A menudo se ha hecho ya, y con brillantez, por ej. en uno de mis libros favoritos, “Capitalismo y libertad”, de Milton y Rose Friedman. Pero en el clima político actual, la reapertura del caso a favor del capitalismo, requiere el replanteamiento de viejas verdades, no todas las cuales siempre van a ser aceptadas por los estadounidenses en todo lo largo del espectro político.
Aquí está mi mejor esfuerzo, resumidamente:
Los EE.UU. fueron creados para alentar el desarrollo humano. El medio para ese fin era el ejercicio de la libertad, para cada quien, en la búsqueda de su propia felicidad personal. Y el capitalismo es la expresión económica de esa tal libertad. La búsqueda de la felicidad, habida cuenta de que definimos la felicidad en el sentido clásico, como la justificada y duradera satisfacción con la vida entera, depende por completo de la libertad económica, tanto como de otros tipos de libertad.
La felicidad, entendida como “La justificada y duradera satisfacción con la vida entera”, resulta de un conjunto relativamente pequeño de los logros importantes, los cuales con razón las personas podemos atribuir a nuestras propias acciones. Arthur Brooks, mi colega en el American Enterprise Institute, ha llamado a estos logros “el éxito ganado”. El éxito ganado puede llegarnos de un matrimonio exitoso, de hijos bien criados en un sano ambiente familiar, de una posición o lugar apreciado que uno obtiene en un una comunidad, por ej. una empresa comercial, una comunidad educativa o una iglesia. El éxito ganado también se deriva de los logros en el ámbito económico, sin duda; y aquí es donde entra en juego el capitalismo.
Hacerse uno la vida para sí y su familia a través de sus propios esfuerzos, sin depender del Gobierno, es la forma más elemental del éxito ganado. Iniciar un negocio con éxito, no importa su tamaño, es un acto de crear algo de la nada, que lleva a la persona mucho más allá de las satisfacciones que trae el dinero. Y encontrar un trabajo que no sólo paga las cuentas en casa, sino que también se disfruta, es un recurso de vital importancia para el logro del éxito ganado.
Ganarse la vida, iniciar un negocio y encontrar un trabajo que se disfruta, son cosas que dependen, estrecha y críticamente, de la libertad de actuar en el ámbito económico. ¿Puede el Gobierno hacer algo para ayudar? Por supuesto: establecer el imperio de la ley, el clima institucional necesario para que la gente pueda hacerse negocios de manera informada y voluntaria. Más formalmente, a través de la policía y los jueces, el Gobierno puede hacer cumplir enérgicamente las leyes buenas: contra el uso de la fuerza, el fraude y la connivencia criminal en los negocios, que establecen las responsabilidades por los daños que los transgresores causan a otras personas inocentes. Pero todo lo demás que el Gobierno hace, inevitablemente restringe y limita la libertad económica para actuar en la búsqueda del éxito ganado.
Como libertario creo que casi ninguna de esas restricciones se justifica. Pero pienso que para defender el capitalismo no se requiere la condición de ser libertario. Usted puede sostener que ciertas intervenciones del Gobierno se justifican, si reconoce esta verdad: toda intervención estatal que pone barreras para iniciar un negocio, encarece el hecho de contratar o despedir empleados y trabajadores, restringe el ingreso a las profesiones u ocupaciones, reglamenta las condiciones de trabajo, o con fines redistributivos confisca, en todo o en parte, las honestas ganancias ganadas en libre y abierta competencia, interfiere con la libertad económica. Y por lo general hace más difícil a los empleadores y empleados el éxito ganado en el orden del trabajo, los negocios y la economía.
Tampoco es necesario ser libertario para exigir que cualquier nueva ley o intervención cumpla con esta simple carga de la prueba: ¿logrará algo que no logren las leyes generales contra la fuerza, el fraude o la colusión criminal, y que establecen las pautas de responsabilidad consiguientes?
Personas de derecha, izquierda o centro pueden reconocer que estas numerosas intervenciones y demandas del Gobierno causan el mayor daño a los individuos y a las pequeñas empresas. Que todos los grandes bancos pueden, a un alto costo, hacer frente a las absurdas cargas reglamentaristas de la ley bancaria Dodd-Frank, pero que muchos bancos pequeños no pueden hacerlo. Que todas las grandes corporaciones pueden hacer frente a las innumerables y gravosas normas y fórmulas emitidas por la Administración de Seguridad y Salud en el Trabajo, la Agencia de Protección Ambiental, la Comisión de Igualdad de Oportunidades y Empleo, etc., y asimismo a las de todas las agencias homólogos a nivel de cada Estado de la Unión. Pero debe admitirse que todas esas mismas reglas y exigencias pueden aplastar a las pequeñas empresas, y las personas que intentan iniciar negocios. E igual es con los impuestos, y con las formas de evadirlos.
Por último, personas de derecha, izquierda o centro pueden reconocer que paso a paso durante el último medio siglo el estatismo ha producido un laberíntico sistema de reglamentación, unas leyes ordinarias acerca de responsabilidades totalmente irracionales, y un código fiscal abusivo y corrupto. Y que se requieren simplificaciones radicales y racionalización de todos estos sistemas, y que son posibles. Hasta los Demócratas moderados podrían aceptarlo, quizá en un ambiente político menos polarizado.
Para decirlo de otra manera: revivir un consenso nacional a favor del capitalismo como un elemento esencial de la vida americana, y de la relegitimación y legalización del capitalismo para que haga lo que mejor sabe hacer; esto es: crear la riqueza nacional, y reducir la pobreza, ampliando las capacidades de los estadounidenses para el éxito ganado en la búsqueda de la felicidad personal.
Revivir ese consenso nos obliga a recuperar el vocabulario de la virtud moral cuando hablamos de capitalismo. La integridad personal, un sentido de decencia y decoro, y la preocupación por quienes dependen de nosotros, no son valores mejores ni peores que otros. Pero históricamente han sido una parte integral en la versión americana del capitalismo. Se hace necesario recordar a las clases media y obrera que los ricos no son sus enemigos. Pero asimismo es necesario también recordarles a los de mayor éxito y riqueza, que sus obligaciones no se miden en términos de sus impuestos y nada más. Su mayordomía basada en principios puede nutrir y restaurar el patrimonio de la libertad; su indiferencia ante este patrimonio nacional, puede llegar a destruirlo por completo

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