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sábado, 5 de marzo de 2011


REPORTAJE: Ola de cambio en el mundo árabe - La relación de Roma con Libia

Cien años sin Estado

La brutal colonización italiana de Libia a principios del siglo XX impidió que surgieran instituciones y clase dirigente

ANDREA RIZZI - Madrid - 05/03/2011
 
Este año se cumple un siglo del desembarco de las primeras tropas italianas en las costas de Tripolitania. En estos 100 años, los pueblos del territorio hoy conocido como Libia han recorrido un turbulento periplo político: remota y descuidada provincia otomana; torturada colonia de la Italia liberal, primero, y fascista, después; apática y frágil monarquía; régimen de Muamar el Gadafi. Tan dispares experiencias -entrecortadas por un periodo de Administración británica (1943-1951)- comparten grosso modo un denominador común que sigue marcando la Libia actual: el hostigamiento a toda forma de vida institucional y al nacimiento de una clase dirigente local.
Entre 1930 y 1933 Italia construyó una red de 16 campos de concentración
La etapa italiana (1911-1943) constituye sin duda una experiencia decisiva en la formación de la Libia actual. Hasta la unificación decidida por Roma en 1934, el territorio permanecía dividido en las provincias de Tripolitania (oeste), Cirenaica (este) y Fezzan (sur). "Cuando los italianos desembarcan en octubre de 1911, la Tripolitania es una provincia otomana bastante descuidada en la que sin embargo se detectan algunos brotes de progreso, avances en la instrucción, algo de prensa y hasta, en algunos ambientes, un incipiente deseo de unificación con la Cirenaica. La llegada de los italianos, que aplican el clásico divide et impera, rompe ese proceso y congela la sociedad local. Libia se queda atrás", explica Nicola Labanca, profesor de la Universidad de Siena especializado en historia colonial italiana.

Los italianos encuentran una resistencia que les obligará a luchar hasta 1934, a menudo con gran brutalidad, para pacificar el territorio libio. "Italia teme rebeliones y opta por dos políticas muy duras y repletas de consecuencias", argumenta Labanca. "Por un lado, una represión brutal. Pocos saben que entre 1930 y 1933 la potencia colonial, que tenía dificultades para vencer la resistencia, constituye una red de 16 campos de concentración en Cirenaica. La mitad de la población de la zona interior de la región es deportada a esos campos. Pero ya en 1911, tras el primer revés militar, los italianos habían deportado a 3.000 de los 30.000 habitantes de Trípoli". Los historiadores debaten sobre el volumen real de las masacres y deportaciones, pero no hay duda de que fueron de gran escala.
"Por otra parte", prosigue Labanca, "los italianos optan por no extender la educación. Optan por disgregar la clase dirigente local en formación. Italia no instituirá nunca una universidad en Libia. Las potencias coloniales liberales lo hicieron, y fomentaron que los hijos de la clase dirigente local estudiaran en la metrópolis. No fue este el caso de Italia en Libia. Hay que tener presente que el colonialismo italiano, a diferencia del británico o francés, es fundamentalmente un colonialismo fascista, con una profunda ideología racista". Benito Mussolini conquistó el poder en 1922.
Federico Cresti, historiador de la Universidad de Catania y autor de No desees la tierra de otros. La colonización italiana en Libia, aporta un dato esclarecedor: "Un informe de 1950 señala que había en Libia 10 licenciados en universidades italianas. Hay documentos en los que se dice explícitamente que para la población local es suficiente la instrucción primaria. Al menos hasta 1934, la política fascista es punitiva".
Italia reprime, evita educar y no siembra ninguna semilla de vida institucional. Marcadas las debidas distancias, hay cierto continuismo en estas políticas con la monarquía del rey Idris y, sobre todo, el régimen de Gadafi, que no cuenta con un Parlamento y mantiene a las universidades en un estado de asfixia letal.
Frente a los italianos se yergue sobre todo el movimiento de resistencia cirenaico, impulsado por la cofradía musulmana de los senusos, y liderado por Omar el Mojtar. Gadafi ha intentado construir un sentimiento nacionalista alrededor de esa figura y de la resistencia. El coronel se presentó a una cumbre con Silvio Berlusconi con una foto del héroe colgada como una medalla en el pecho. El Mojtar fue capturado y ajusticiado por los italianos en 1931.
Pacificados los territorios, los italianos los unen en 1934. "Es importante notar que se trata de regiones históricamente separadas", dice Cresti. "En los años veinte hubo incluso enfrentamientos entre ellas. Clanes de Tripolitania veían mal el ascenso de la cofradía islámica de los senusos".
Una vez pacificada y unificada, bajo el liderazgo de Italo Balbo, los italianos se lanzan a una política de construcción de infraestructuras. Terminan la carretera que une Trípoli y Bengasi. Hay cierto avance económico. "Pero esto no puede de ninguna manera compensar la destrucción causada", zanja Cresti.
  

El Ejército de EE UU endurece las condiciones de detención de Bradley Manning

El preso pasa 23 horas al día en una celda de máxima seguridad sin poder hacer ejercicio físico

DAVID ALANDETE | Washington 06/03/2011

Aislado de cualquier contacto con otras personas desde agosto, en una celda de seis metros cuadrados separada dentro de una prisión de máxima seguridad, sin ventanas o luz exterior, Bradley Manning, el soldado al que el Pentágono acusa de haber filtrado los documentos secretos de las guerras de Afganistán e Irak y del Departamento de Estado al portal de filtraciones Wikileaks , se encuentra en un estado mental severamente deteriorado, según la única persona que ha tenido contacto con él, su amigo David House, que le visitó la semana pasada. Manning pasa 23 horas al día en esa celda sin poder hacer ejercicio físico, controlado por su carceleros. Sólo puede hacer ejercicio una hora al día en una habitación distinta pero igualmente vacía.

El miércoles, el Ejército presentó 20 cargos adicionales contra Manning, incluido el de colaboración con el enemigo. Ese delito está tipificado con una pena máxima de muerte, aunque el Departamento de Defensa ha anunciado que se limitará a pedir la cadena perpetua. Los directores de la cárcel donde se halla en prisión preventiva desde el 29 de julio, en la base militar de Quantico, en Virginia, han decidido someterle desde el propio miércoles a los procedimientos rutinarios para evitar el suicidio en presos de alta seguridad: cada noche, en su celda, le obligan a desnudarle y le dejan desnudo en ella durante siete horas, hasta las cinco de la mañana.
Según House, amigo personal del soldado, investigador en el Massachusetts Institute of Technology y una de las pocas personas que puede visitarle en prisión, Manning no presenta tendencias suicidas que justifiquen esos procedimientos. "Es cierto que su estado mental es débil, desde noviembre ha empeorado... A veces le entran temblores, pero no es suicida. Es el resultado de un castigo. El Gobierno de EE UU quiere que se quiebre", dijo en una conferencia telefónica el jueves. Manning puede recibir visitas durante tres horas los fines de semana. "Este tipo de conducta degradante es inexcusable y no tiene justificación", dijo seguidamente, en una entrada en su blog, el abogado de Manning, Stephen Coombs. "Es una vergüenza para nuestra justicia militar y no debería ser tolerada".
Manning vive su Abu Ghraib particular, según el representante demócrata por Ohio Dennis Kucinich. "¿Qué es esto? ¿Quantico o Abu Ghraib", dijo en un comunicado, en referencia a la prisión iraquí donde soldados del Ejército norteamericano torturaron a prisioneros en 2004. "Estas acciones, llamadas por el Ejército 'no punitivas' son una violación del 'Manual de campo del Ejército' [guía normativa de las fuerzas armadas] si se usaran en interrogatorios en países extranjeros. La justificación y la finalidad de esos métodos provoca dudas sobre lo que se considera castigo inusual y cruel y es una violación de la legislación internacional".
El congresista Kucinich ha solicitado en numerosas ocasiones poder visitar a Manning en Quantico, para poder comprobar las condiciones en las que el Pentágono le hace cumplir la prisión preventiva. Hasta ahora sólo ha encontrado negativas por parte del Ejército. El grupo Bradley Manning Support Network ha recaudado ya a través de Internet 110.000 de los 120.000 dólares que consideraban los abogados que serían necesarios para costear la defensa del soldado en el juicio que tendrá lugar en los próximos meses.

TRIBUNA: JORGE VOLPI

La decadencia de 'Occidente'

JORGE VOLPI 06/03/2011

Confieso como mexicano -como occidental excéntrico, en palabras de Octavio Paz- que cada vez me siento más incómodo frente a la palabra Occidente. Durante mi infancia, a la sombra del régimen autoritario del PRI, este término evocaba nuestras mayores aspiraciones: la democracia, los derechos humanos, el libre mercado, la pluralidad de opiniones y la libertad de expresión. La caída del muro de Berlín pareció anunciar un mundo que se dirigía hacia la expansión de estas promesas. Pero el sueño libertario comenzó a resquebrajarse el 11-S: el atentado contra las Torres Gemelas -y, según se dijo, contra "nuestros valores"- cumplió en buena medida su objetivo: demoler poco a poco, como un lento virus, las convicciones que, desde la revoluciones francesa y estadounidense, habían animado a esta parte del mundo. La decadencia de Occidente, el provocador título usado por Oswald Spengler en 1918, resulta idóneo para describir el estado en que se encuentra en nuestros días.
Los jóvenes árabes encarnan mejor los valores democráticos que los 'preocupados' políticos de Europa
La revuelta en el mundo árabe, un fenómeno de oposición interna al autoritarismo semejante a la ocurrida en el antiguo imperio soviético en 1989, ha servido para poner en evidencia la profunda crisis -y la grotesca hipocresía- que prevalece en Occidente. En un supuesto alarde de altruismo, que en realidad escondía un atávico anhelo de venganza, Estados Unidos y sus aliados, con la tímida oposición de la Vieja Europa, se lanzaron a invadir Afganistán e Irak con el pretexto de extender la democracia: a la fecha, ambas empresas han demostrado su fracaso. En cambio, cuando las propias sociedades árabes han decidido levantarse contra los tiranos que las gobiernan durante décadas, con la complicidad o el apoyo irrestricto de Occidente, Estados Unidos y Europa se quedan pasmados, incapaces de ofrecer una respuesta generosa a los deseos libertarios de los ciudadanos de estos países.
La reacción timorata de Occidente es vergonzosa: las masas mayoritariamente jóvenes que plantan cara a estos regímenes, en ocasiones a riesgo de sus vidas -como en Libia-, representan hoy los auténticos valores occidentales mucho mejor que esos políticos que, en todo el espectro político de Europa y Estados Unidos -izquierda y derecha apenas se diferencian-, no hacen sino mostrarse "preocupados por los acontecimientos" o pedir, casi en voz baja, sanciones contra los tiranos que hasta hace poco exhibían en sus capitales. Obsesionados con la alarma islamista -el pánico sembrado conjuntamente por Al Qaeda y la Administración de Bush- o, peor aún, con la inmigración ilegal a sus naciones en crisis, los políticos de Occidente no dudaron en sostener a los dictadores que prometían colaborar en la guerra contra el terrorismo (pretexto ideal para la represión) o que diluían su apoyo a la causa palestina. ¡Qué cortedad de miras y qué burda renuncia a su tradición democrática!
Francia constituye, en estos días, el peor ejemplo: las vacaciones de su primer ministro y su ministra de Asuntos Exteriores en Túnez y Egipto, a cuenta de los sátrapas, debería desmontar su pretensión de dar lecciones de derechos humanos a diestra y siniestra. Pero ni siquiera el régimen demócrata de Estados Unidos ha sabido hallar una estrategia adecuada. El discurso de Barack Obama en El Cairo, en junio de 2009, encuentra así cierto paralelo con el de Mijaíl Gorbachov en Berlín en 1989: la promesa del diálogo y no intervención despertó a los ciudadanos oprimidos. Pero ahora Obama permanece entrampado entre su idealismo y los intereses comerciales y políticos de la nomenklaturaque lo rodea. Acosado por doquier, como Gorbachov en su momento, modera su apoyo a las revueltas ante la posibilidad de que los nuevos regímenes democráticos en el mundo árabe no apoyen con tanto entusiasmo la represión violenta contra el islamismo o no mantengan su forzada connivencia con Israel.
Con un cinismo apenas velado, los países europeos no dejan de señalar que sus verdaderas preocupaciones son económicas -el petróleo de Libia, el canal de Suez- o que temen verse inundados por nuevas oleadas de inmigrantes. Nadie sugiere una intervención humanitaria en Libia y las sanciones comerciales -que con Sadam Husein o Ahmadineyad nadie ponía en duda- resultan tardías o simbólicas. Ni un solo líder europeo ha alzado la voz con la energía suficiente para proclamar que el futuro de la democracia se encuentra allí, en las plazas llenas de manifestantes de Túnez, Egipto, Libia, Bahréin, Yemen o Marruecos.
Qué lamentable luce Occidente: paralizado por sus propios miedos -sobre todo, de nuevo, el miedo al otro- u obsesionado con su propia situación financiera, es una caricatura de sí mismo. Pero la historia es implacable y, si sus líderes continúan en esta tónica, habrá de costarles caro. Democracias plurales, donde tenga cabida el islamismo moderado -en efecto, como el turco- es el mejor escenario para todos.
Excepto, claro, para quienes prefieren negociar con dueños de países en vez de con sociedades abiertas. ¿Quién iba a decirlo? Lo mejor de Occidente está hoy en eso que, con la misma imprecisión geográfica, hoy llamamos Oriente Próximo.
Jorge Volpi es escritor mexicano.

Libia y el intervencionismo liberal

El error cometido por Bush y Blair en Irak le dio mala fama a la doctrina de la intervención internacional para evitar matanzas masivas. Sin embargo, tiene versiones respetables. La actitud de Gadafi reabre el debate

TIMOTHY GARTON ASH 06/03/2011 

Intervenir o no intervenir? Esa es la cuestión. Ver lo dispuesto que está Muamar el Gadafi a matar a todos esos libios que, según él, le "aman" -aunque lo demuestren de formas extrañas-, vuelve a situarnos en un debate fundamental de nuestra era.
Es una hipocresía que EE UU, Rusia y China amenacen a Gadafi con el TPI, que ellos no aceptan
Blair no acertó ni una; se entusiasmó con la guerra de Irak y luego se abrazó con el dictador libio
Desafío a cualquiera que vea los ataques de los aviones de Gadafi contra esas ciudades asediadas a no reconocer que, por lo menos, es legítimo preguntarse si las potencias extranjeras no deberían intervenir de alguna forma para impedir que siga matando a su pueblo. Y es evidente que algunos libios están de acuerdo. En un artículo publicado el otro día en la página web de The Guardian, "Muhammad Min Libya", un bloguero que escribe desde Trípoli, se opone con elocuencia a "toda intervención militar de cualquier fuerza extranjera sobre el terreno", pero es partidario de una zona de exclusión aérea. El hecho de que hasta hace muy poco varios países occidentales, como Reino Unido e Italia, estuvieran haciendo la pelota a Gadafi de la manera más cobarde y vendiéndole armas que ahora puede utilizar contra su propia gente hace que sea todavía más importante plantearse esta pregunta.
El debate sobre el llamado "intervencionismo liberal" está lastrado por dos distorsiones importantes. En primer lugar, al hablar de intervención se suele pensar solo en la intervención armada. Es decir, se ignoran muchas otras maneras que pueden tener los Estados de intervenir en los asuntos internos de otros países. El mero ofrecimiento de ayuda humanitaria a las víctimas de lo que empieza a parecer una guerra civil en Libia es, desde un punto de vista fundamental, intervenir. Y, a partir de la labor de las organizaciones humanitarias, que cuenta con una aceptación prácticamente universal, existen numerosos métodos de intervención, como las zanahorias y los palos económicos y las presiones diplomáticas, hasta llegar a la ayuda cubierta o encubierta, y muchas veces controvertida, a los medios de comunicación independientes y los grupos de oposición, la formación en métodos de actuación no violentos, etcétera. Dentro de ese abanico se encuentran muchas de las formas de intervención más auténticamente liberales -las que ayudan a la gente a ganar su propia libertad-, pero no el uso de la fuerza armada. Durante los últimos 30 años las hemos utilizado demasiado poco en Oriente Próximo.
La otra gran distorsión en el debate sobre el "intervencionismo liberal" es que las acciones militares que más relacionamos hoy con el término (Afganistán, Irak) no tuvieron nada de liberales; o, por lo menos, ese no fue su carácter fundamental. Algunos justificaron esas acciones con argumentos liberales, y algunos liberales las apoyaron, pero no fueron actuaciones basadas en un principio liberal, como sí lo fueron las intervenciones militares de Occidente en Bosnia (demasiado tarde), Sierra Leona y Kosovo.
Los motivos siempre son variados, pero la razón principal por la que las fuerzas occidentales invadieron Afganistán fue que Al Qaeda, que entonces tenía su cuartel general en aquel país, había atentado en Estados Unidos. Esa misión se transformó en -o se mezcló con- la de construir una sociedad en la que, por ejemplo, no se tratase a la mujer como a una esclava encapuchada propiedad del marido: un buen objetivo liberal al que Occidente está hoy renunciando en silencio y avergonzado. Pero seguro que George W. Bush no había pensado mucho en las mujeres oprimidas de Afganistán antes del 11 de septiembre de 2001.
Irak es un caso más complicado. Aquí, los motivos como la frustración por no haber capturado a Osama Bin Laden, el deseo de emplear la superioridad militar estadounidense para apabullar ("conmoción y espanto") y el interés por el petróleo iraquí se mezclaron desde el principio con un programa neocon de difusión de la democracia y dar ejemplo a toda la región. Incluso el falso argumento de las armas de destrucción masiva se relacionó con casos anteriores de "intervención liberal", al insinuar que un Sadam Husein con armas nucleares, químicas y biológicas podría ser otro Slobodan Milosevic (de hecho, ya lo había sido con los kurdos iraquíes, un Milosevic antes de Milosevic, mientras Occidente lo ignoraba y le defendía frente a Irán).
Habría que ser estúpido para no reconocer que la invasión de Irak dio al "intervencionismo liberal" mala fama. Y el que más contribuyó a ello fue Tony Blair. Blair, a quien apoyé con firmeza cuando, en su primera época, tuvo un comportamiento gladstoniano en Sierra Leona y Kosovo, queda hoy especialmente mal. Porque no solo se apropió de los argumentos del intervencionismo liberal para justificar la invasión de Irak; a continuación mostró su apoyo personal a Gadafi, el Sadam del norte de África. ¡No acertó ni una! (es verdad que Reino Unido y EE UU convencieron a Gadafi de que renunciara a la mayoría de sus armas de destrucción masiva y, gracias a eso, por lo menos no tiene hoy bombas nucleares que pueda utilizar contra su pueblo, pero para conseguirlo no hacía falta tanta adulación ni tantos negocios con él).
Sin embargo, junto a estas distorsiones del intervencionismo liberal, ha seguido desarrollándose discretamente una versión mucho más liberal de verdad, precavida y respetuosa con la ley. Sobre la base de la tradición nacida tras 1945 de impulsar los derechos humanos y el derecho humanitario internacional, y en colaboración con la ONU, este intervencionismo ha engendrado el Tribunal Penal Internacional y la doctrina de "la responsabilidad de proteger", también refrendada por la ONU. Desde luego, es una hipocresía que EE UU, Rusia y China amenacen a Gadafi con llevarle ante un tribunal internacional cuya autoridad no aceptan para sí mismos ("haz lo que decimos, no lo que hacemos"). Pero ese es un motivo para que los tres países se incorporen al TPI, no para que haya que abolirlo. Si la amenaza de juicio empuja a más esbirros de Gadafi a desertar, habrá servido de algo.
Y, al fin y al cabo, ¿no tenemos cierta responsabilidad de proteger a quienes se han rebelado contra él, aunque solo sea con la zona de exclusión aérea que proponen ciudadanos libios como "Muhammad Min Libya", y sobre todo si se trata de protegerlos contra unas armas que nosotros vendimos al dictador?
Hace una década, una comisión internacional independiente encargada de desarrollar la idea de la "responsabilidad de proteger" elaboró seis criterios para decidir en qué casos está justificada la acción militar. Se trata, en definitiva, de una versión modernizada de los viejos criterios católicos sobre la "guerra justa". Son: autoridad legítima, causa justa, intención debida, último recurso, medios proporcionales y posibilidades razonables. La amarga experiencia, desde Kosovo hasta Afganistán, nos ha enseñado que las "posibilidades razonables" (de triunfar) pueden ser las más difíciles de calibrar y conseguir.
Con arreglo a estos criterios, no estoy nada convencido de que esté justificado implantar una zona de exclusión aérea en Libia... en el momento de escribir estas líneas. Si resulta que Gadafi tiene todavía un arsenal escondido de armas químicas que puede arrojar desde el cielo, mi opinión podría cambiar de la noche a la mañana. Deberíamos preparar planes de emergencia por si acaso. Pero todavía no hemos agotado todas las demás vías, como intentar por todos los medios que los amigos de Gadafi le abandonen (quizá podríamos crear para ellos un centro especial de retiro en la London School of Economics, que hace no mucho tiempo recibió una generosa donación de Saíf al Islam, el hijo de Gadafi). Una zona de exclusión aérea sería muy difícil de controlar y tal vez no tendría más que un efecto marginal en tierra.
Sobre todo, cualquier forma de intervención armada de Occidente -y el Ejército de EE UU dice que para hacer respetar realmente una zona de exclusión aérea sería necesario empezar por bombardear las instalaciones libias de radares y defensas antiaéreas- echaría a perder el mayor motivo de gloria de estos acontecimientos, que es que son todos obra de hombres y mujeres valientes que luchan por su propia liberación.
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Facts are subversive: political writing from a decade without a name. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.