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sábado, 23 de octubre de 2010

FABIO LUIS LULA DA SILVA, HIJO DEL PRESIDENTE DE BRASIL

Esta es la fabulosa hacienda Fortaleza, situada, en la región del Municipio de Valparaiso, en  Sao Paulo,Brasil, que ha sido comprada este año por uno de los nuevos millonarios brasileños. En este caso se trata del hijo del líder sindical, defensor de los pobres del  mundo y los parias de la tierra, el actual Presidente del Brasil, Luis Ignacio Lula Da Silva.
El joven Fabio Luis Lula Da Silva, hijo del Presidente(foto de la portada de la Revista brasileña Veja junto a su padre), hace 5 años era un humilde empleado del Zoológico de Sao Paulo con un sueldo de 1,500 Reales $ 750.00 dólares) mensuales, pero este año acaba de comprar la "Fazenda" (Hacienda) Fortaleza, pagando por ella la bicoca de 47 millones de Reales ($24 millones de dólares). 
Se si sacan cuentas, se llega a la conclusión de que al avispado hijito de papá Lula Da Silva, ganando 1,500 Reales al mes, le llevaría 2,612 años para juntar los 47 millones de Reales, que pagó por esta "humilde" Fazenda.
Pero ahí no para todo. Esta hacienda que era propiedad del Sr. José Carlos Prat Cunha, criador de toros campeones y ganado cebú en dicha hacienda, y casualmente, después que la compró el hijo de Lula Da Silva, la hacienda fue la primera en recibir el certificado  de exportación de carne para Europa, según la revista Veja.
Viendo estas cosas, cada vez se sienten más ganas de gritar: ¡Arriba los pobres del mundo! ¡ Que vivan los honrados defensore de los parias de la tierra, que se convierten en millonarios defendiendo a los pobres!

 
·         "El Socialismo solo funciona en dos lugares: en el Cielo, donde no lo necesitan, y en el Infierno donde ya lo tienen" 

La noche que los comandantes de la Marina peruana se negaron a combatir al enemigo chileno y hundieron la escuadra que defendía el Callao

 
Callao, enero de 1881: Baterías defensivas del Muelle Dársena, destruidas por decisión de Piérola y del secretario de Marina del Perú, capitán de navío Manuel Villar. A la izquierda, hundida, la gloriosa corbeta Unión. A la derecha se observan los restos del monitor Atahualpa, objeto de uno de los negociados del desertor Mariano Ignacio Prado.


Entre los episodios más vergonzosos y menos divulgados de la guerra de Chile contra el Perú, se encuentra el hundimiento por propias manos peruanas de la escuadra que defendía el Callao.

El incendio y destrucción de la flota peruana tuvo lugar la noche del 16 de enero de 1881 y la madrugada del 17. Se vivía en ese instante la brutal toma de Lima por el enemigo chileno. Miles de residentes de la capital se encontraban asilados en embajadas y consulados y en los buques de guerra extranjeros anclados en Ancón.
En estas circunstancias, el dictador Piérola y el secretario de Marina, capitán de navío Manuel Villar, concluyeron que no era posible continuar resistiendo con éxito y decidieron terminar con lo que quedaba de la escuadra peruana y las baterías defensivas de la costa. La orden de destrucción fue sustentada aduciendo que buques ni cañones deberían caer en manos del enemigo.
La ingrata tarea fue ejecutada bajo las órdenes del comandante general de la Marina, José María García, quien se encargó del hundimiento de la escuadra. Quedó a cargo del prefecto del Callao, capitán de navío Luis Germán Astete, la destrucción de las baterías de tierra. (Astete moriría combatiendo contra los chilenos en la batalla de Huamachuco, el 10 de julio de 1883.)
En acatamiento de la disposición del gobierno fueron incendiadas y hundidas la corbeta Unión, el monitorAtahualpa, los transportes RímacLimeñaOroyaTalismán Chalaco, los pontones Marañón yMeteoro –sede de la antigua Escuela Naval–, y las lanchas torpederas Lima, John, Urcos, Tocopilla yCallao. También fueron hundidas la chata número 1, y la batería flotante, formada por dos lanchas cargadoras de lastre de cincuenta toneladas cada una y armadas con un cañón de grueso calibre a proa y otro menor a popa.

En el Callao, en enero de 1881, Piérola y el desmoralizado capitán de navío Manuel Villar perdieron la oportunidad de seguir el ejemplo heroico de Miguel Grau. Demostraron carecer de la tenacidad combativa del teniente primero Antonio Gimeno, responsable de la cañonera Arno. Tampoco emularon a Bolognesi quemando el último cartucho contra el enemigo chileno. Fue un momento crítico de debilidad, que empañó sus propias proezas y los sacrificios de muchos héroes de la marina del Perú, en la guerra de agresión de Chile contra nuestro país.

A continuación publicamos el artículo de Juan Pedro Paz Soldán sobre esta triste página en la historia de la Marina de Guerra del Perú. Apareció en El Mercurio Peruano el año 1919.

El hundimiento de la Escuadra Peruana
16 de enero de 1881

Juan Pedro Paz Soldán

Publicado en “El Mercurio Peruano”, Revista Mensual de Ciencias Sociales y Letras, Año II, Volumen III, Lima, Perú, 1919, páginas 44-47.

A las seis de la tarde del 15 de enero de 1881, la batalla de Miraflores había concluido. Los chilenos no eran, sin embargo, todavía dueños de la situación y así lo demostró el hecho de que no avanzaran en el acto sobre Lima ni llevaran su ofensiva sobre los cuerpos que formaban el ala izquierda peruana, que permanecían en línea de batalla. El dictador Piérola dispuso de algunas horas para dictar sobre el mismo campo de batalla una serie de disposiciones urgentes. Sólo a las once de la noche y cuando todas esas disposiciones habían sido trasmitidas, emprendió la retirada cruzando el Rímac a la altura del Cementerio y dirigiéndose por detrás del San Cristóbal al valle de Carabayllo.

Entre las disposiciones adoptadas por el Dictador, tal vez la más importante de todas, fue la orden impartida al ministro de marina capitán de navío Villar, para destruir los gruesos cañones de las baterías del Callao y para hundir los buques que le quedaban al Perú de su escuadra. Piérola dio con razón gran importancia a esta medida. No se trataba de impedir que elementos de guerra fueran a aumentar el poder bélico del enemigo, sino de librar al Perú de la vergüenza de que los restos de su escuadra enarbolaran, sin disparar un tiro, la bandera chilena. Una nave de guerra es un emblema de la patria y entregarla al enemigo es dejar una constancia de la derrota. A todo trance había que evitarle al Perú esa humillación.

La orden impartida por el Dictador, fue en el acto trasmitida al Prefecto del Callao, capitán de navío Astete, marino valeroso, caballeresco y hombre de acción que en aquellas horas de desastre reveló cualidades superiores. Sin pérdida de tiempo procedió al hundimiento de los restos de la escuadra. Esos restos eran: la corbeta “Unión”, el monitor “Atahualpa”, los vapores “Rímac” (tomado a los chilenos), “Talismán”, “Oroya”, “Limeña” y “Chalaco” (Estos tres últimos eran vapores de ruedas) ; las lanchas a vapor “Lima”, “John”, “Urcos”, “Tocopilla” y “Callao”. Fueron hundidos además el pontón “Meteoro” (antigua escuela naval), la chata número 1, y la batería flotante, formada por dos lanchas cargadoras de lastre de cincuenta toneladas cada una y armadas con un cañón de grueso calibre a proa y otro menor a popa. El vapor “Limeña” y el pontón “Marañón” fueron incendiados. Refiriéndose al “Limeña”, el contralmirante chileno Galvarino Riveros en nota dirigida un mes después al ministro de guerra de su patria José Francisco Vergara, decía: “Fondeado en la bahía fue incendiado, pero su casco quedó en buen estado para servir de chata. Su máquina contiene cosas de valor.”

La operación de hundir la escuadra no resultó tan fácil y sólo la energía del comandante Astete y el patriotismo y abnegación de los oficiales de marina que lo ayudaron en esta faena pudieron vencer los obstáculos que se presentaron para sepultar en el fondo del mar los últimos buques del Perú. Por lo pronto, las naves carecían de marinería y tenían muy reducidas sus oficialidades, pues la mayor parte de las tripulaciones habían sido enviadas al campo de batalla y habían combatido en Miraflores, a donde se habían trasladado hasta los cañones de la “Unión”. Además los buques no tenían casi carbón. El puerto estaba bloqueado hacía varios meses y no había modo de proveerse de combustible. Apenas si la “Unión” disponía de un lote reducido, lo indispensable, para encender las calderas y navegar tres o cuatro millas.

Ayudado por los oficiales de marina que en esas horas solemnes desempeñaron oficios de marineros, de maquinistas y hasta de fogoneros, el comandante Astete hizo salir a la “Unión” y al “Atahualpa” hasta fuera del puerto y en sitio, del cual nunca pudieran ser extraídos, hundió estas dos naves con la bandera peruana al tope. Valiéndose de remolcadores, alejó de la orilla los otros buques y los hundió con la bandera nacional izada en cada uno de ellos. Enseguida, procedió a destruir los cañones de los fuertes. Cumplida su misión, reunió a los dispersos que llegaban del campo de batalla y a los oficiales de marina que lo habían rodeado hasta el último momento y con esas fuerzas se vino a la capital, decidido a librar con los chilenos una última batalla. Al llegar a Lima, elevó sus fuerzas hasta cerca de mil hombres, con los cuales persistió en su propósito de salir al encuentro del enemigo. El coronel Belisario Suárez, que se titulaba Jefe militar de la plaza, se opuso al plan de Astete y le dio orden de disolver sus fuerzas, orden que el valiente marino cumplió de muy mal grado y formulando violenta protesta.

Cuando los chilenos entraron en Lima y el Callao, hicieron esfuerzos sobrehumanos para poner a flote los buques peruanos. La obra resultó irrealizable, salvo tratándose del “Rímac” que, a costa de grandes trabajos y de fuertes desembolsos fue puesto a flote. Había para los chilenos una cuestión de honor en recuperar esa nave, que les había sido capturada por el “Huáscar” y la “Unión” en el curso de la guerra.

Un mes después del incendio y hundimiento de la escuadra peruana, el mismo contralmirante Riveros en una comunicación a su ministro de guerra en campaña, Vergara, le decía: “He averiguado que la compañía del Dársena podría encargarse de la extracción de todas las embarcaciones a pique, sin otra ganancia que el casco del “Chalaco”, tal como se encuentra, a condición de que para hacer ese trabajo se le faciliten las chatas del gobierno (chileno) y bombas que hay disponibles, y se le venda a precio de costo la madera que necesite para ese trabajo, y que el gobierno tiene en los transportes”. E1 25 de febrero de 1881 el ministro chileno de guerra y marina en campaña, don José Francisco Vergara, expidió un decreto en Lima, sacando a remate los cascos de las naves peruanas, hundidas o incendiadas.

Rememoramos estos hechos, porque el hundimiento de la escuadra alemana les da cierta actualidad. La única diferencia entre lo ocurrido aquí y lo que acaba de realizarse en Europa, consiste en que los buques alemanes, que en forma tan gallarda acaban de ser hundidos, se habían ya rendido a sus enemigos y habían arriado sus respectivas banderas. Lo que han hecho ahora es aprovechar de un descuido de sus guardianes, lo que no le resta mérito a su acción. En cambio los buques peruanos fueron echados a pique antes de caer en poder del enemigo y sin que arriaran su bandera. En la misma forma había sido hundido meses antes en Arica por el valiente comandante Sánchez Lagomarsino el monitor Manco Cápac, al terminar el combate del 7 de junio de 1880.

De los otros buques de guerra del Perú: la “Independencia” había encallado en una roca en Punta Gruesa, al sur de Iquique, y el “Huáscar” había caído en poder del enemigo después de una heroica resistencia. Sólo la “Pilcomayo”, que era un buque muy pequeño, casi un juguete de 800 toneladas y artillada con cañoncitos inofensivos, había caído intacta y sin combatir en poder del poderoso acorazado chileno “Blanco Encalada”.

¿La marina de guerra del Perú cumplió, pues, con dignidad sus deberes en la guerra del 79 y sucumbió con honor.?

viernes, 22 de octubre de 2010

Estados Unidos confirma acuerdo de armamento con Arabia Saudita de 60 mil millones de dólares

El gobierno de Obama confirmó haber alcanzado un acuerdo de 60.000 millones de dólares para vender aviones militares de avanzada tecnología a Arabia Saudita. Sería el mayor acuerdo individual de armamento en la historia de Estados Unidos. Según el convenio, Arabia Saudita podría comprar o renovar hasta 150 cazas F-15 y adquirir casi 200 helicópteros nuevos. Andrew Shapiro, subsecretario de Estado para asuntos político-militares, dio a conocer el acuerdo en Washington.

Shapiro declaró: "Esta venta propuesta tiene una tremenda significación desde una perspectiva regional estratégica. Reforzará nuestra cooperación de larga data con Arabia Saudita en materia de seguridad, tal como el embajador Vershbow analizará brevemente luego de mis comentarios. Enviará un fuerte mensaje a los países de la región de que estamos comprometidos con la seguridad de nuestros socios claves y aliados en el Golfo Pérsico y la región más amplia de Medio Oriente".
El Congreso tendrá 30 días para analizar el acuerdo antes de que pueda ser finalizado.
www.democracynow.org
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TESTIMONIO DE SAENZ PEÑA SOBRE EL CRL BOLOGNESI

  
Extraordinario testimonio del ex presidente de Argentina que combatió, como un héroe, en el Morro de Arica, contra los invasores chilenos .

El ciudadano argentino Roque Sáenz Peña (1851- 1914) tenía 28 años de edad y un doctorado en derecho, cuando decidió venir al Perú en 1879 para enrolarse en el ejército peruano y pelear contra los invasores chilenos, convencido de que "al Perú le asistía la justicia". Estuvo entre los jefes que secundaron a Bolognesi en su histórica respuesta de luchar hasta quemar el último cartucho. Fue uno de los sobrevivientes del Morro, hecho prisionero y recluido en una cárcel chilena. Retornó a Argentina, donde llegó a ser presidente de su país (1892- 1898).

He aquí su testimonio sobre el coronel Francisco Bolognesi en el Morro de Arica.

      "MI JEFE, EL CORONEL FRANCISCO BOLOGNESI" 

El noble anciano contaba setenta y un años. Sus antepasados eran de origen italiano, pero el coronel don Francisco Bolognesi había nacido en el Perú, sirviendo a su patria en el ejército de línea, desde que sentó plaza con el grado de subteniente, en los primeros días de su juventud. Era un hombre de pequeña estatura; había lentitud y dureza en sus movimientos como la había en su fisonomía; la voz era clara y entera a pesar de la senectud; los años y los pesares habían plateado sus cabellos, y la barba redonda y abundante, destacaba la tez bronceada de su rostro enérgico y viril.
La inteligencia era inculta y carecía de preparación, pero tenía la percepción clara de las cosas y de los sucesos; la experiencia de los años y la malicia que se desenvuelve en la vida inquieta de los campamentos, habían dado a su espíritu cierta agilidad de concepción; era un ordenancista implacable,  capaz de desdeñar la victoria sino era conquistada por los preceptos de la ley militar; prefería la derrota con la estrategia y la ordenanza al triunfo con la inspiración o el acaso.
Sus vistas no eran vastas; en la política interna se había limitado a resistir las hostilidades que el partido civilista llevaba al campo del ejército; nacido bajo un gobierno centralista, no concebía otro régimen que el unitario y escuchaba con desdén profundo los problemas que se planteaba y complicaba el general Juan Buendía, en sus largas y eternas discusiones sobre el gobierno federal.
El coronel Bolognesi había conocido los ejércitos europeos y hecho estudios  detenidos sobre armamentos; recordamos haber leído sus trabajos y manuscritos; carecían absolutamente de forma, pero en el estudio comparativo revelaban un conocimiento exacto de las armas  Modernas. Nunca  pudimos conocer sus opiniones sobre la campaña del Sur.
Asistió a todos los combates como jefe de la Segunda División, pero jamás opinó sobre el acierto de las operaciones; había tomado las armas para batirse y no para juzgar a sus superiores; la ordenanza, decía,  prohíbe la murmuración de los subalternos, y él era ordenancista y soldado sobre todas las cosas.
Un día que se conversaba en rueda de oficiales superiores sobre la batalla  de Dolores quiso conocerse su opinión sobre el ataque del cerro San  Francisco y el coronel Dávila lo interpeló directamente: ¿No cree usted, Coronel Bolognesi, que el cerro era inexpugnable, que el ejército aliado debió sitiarlo y no atacarlo, que debimos apoderarnos del agua? Puede ser, replicó  Bolognesi, pero yo no tenía sed.
La reserva y circunspección de su carácter desconcertaban las insinuaciones e intrigas de campamento; la murmuración, el aplauso, todo le era indiferente, todo lo que no estuviera escrito en algún artículo de la ordenanza o en el concepto del honor militar. ¡Qué sinceridad de 
sentimientos había en ese viejecito batallador!

Tarapacá lo sorprendió gravemente enfermo; la temperatura era elevada y
mantenía al paciente en las intermitencias de la convulsión y del delirio, 
agotando las escasas fuerzas; pero de pronto el toque de generala y los  primeros tiros del combate hieren el oído del enfermo, acelerando los latidos de la fiebre. El viejo veterano se incorpora en el lecho, viste su uniforme, toma la espada, y ensillando él mismo su caballo, trepa las alturas de Tarapacá, donde asume el mando de su regimiento y soporta nueve
horas de combate, con el rostro encendido del febriciente, la mirada  brillante por el ardor de la pelea y el corazón contento de haberse batido  por la ordenanza y la patria.
Al descender del caballo lo esperaban varios jefes y oficiales para restituirlo a su lecho, pero endureciendo sus miembros y levantando la mirada altanera rechazó todo concurso y llegó por el propio esfuerzo hasta  su alojamiento.
"Las balas chilenas, nos dijo, señalando el pie derecho, apenas llegan a la suela de mis botas"... Un proyectil le había llevado un taco de sus granaderas.
El coronel Bolognesi llegó a Arica a la cabeza de su regimiento y fue nombrado comandante en jefe de la plaza, que contaba una guarnición de mil seiscientos hombres. Allí donde tuvimos el gusto de tratarle con cierta intimidad. Recién entonces comenzó hacerse sentir la disciplina militar; Bolognesi era infatigable en el servicio; se aparecía en todas las avanzadas, y sorprendía de noche a los centinelas que comenzaban a dejar  los viejos hábitos del sueño, consentidos por el general Buendía, jefes y oficiales y soldados habían cobrado respeto y afección por el anciano.

Vencedores los chilenos en la batalla de Tacna traen el ataque sobre Arica;  colocan su artillería en los elevados cerros que oprimen la ciudad como un aro inmenso de granito y desde allí nos hacen fuego durante dos días; Bolognesi no contesta, pero sigue preparando sus minas y sus elementos de defensa, hasta la mañana del 6 de junio, en que el cañón enmudece, y avanza hasta nuestras líneas un jefe chileno con una pequeña comitiva, levantando bandera blanca. ¡Era un parlamentario!
JUNTA DE DEFENSA
Bolognesi lo recibe según todos los preceptos de la ordenanza y todas las leyes de la guerra; le hace vendar los ojos, lo introduce a la plaza y luego a la comandancia donde se encuentra reunida la junta de defensa formada por los coroneles, tenientes coroneles y sargentos mayores del ejército. Eran veintiocho jefes.
Libres de la prisión de las vendas, los ojos del parlamentario se clavaron con curiosidad visible en los rostros enemigos; a su turno, el visitante  extraño era observado hasta en los detalles de su persona; su fisonomía, su actitud, sus miradas, su uniforme, todo muy cuidado y minucio,  produciendo una impresión más bien simpática.
La sesión fue solemne. El coronel Bolognesi presidiendo, invitó al parlamentario a que diera cuenta de su misión.
El comandante José de la Cruz Salvo, entonces mayor del ejército de Chile, expuso la situación de ambos ejércitos; la plaza dijo, no puede defenderse, bloqueada por mar, sitiada en tierra por un ejército seis veces superior en fuerzas, la resistencia es imposible; el general Baquedano invita a los  jefes superiores a evitar se derrame más sangre que la que acaba de correr sobre los "Campos de la Alianza". Pedía la evacuación de la plaza y la entrega de las armas; las tropas peruanas desfilarían con honores  militares, batiéndose marcha regular por el ejército chileno.

El coronel Bolognesi se dirigió entonces a los jefes de la junta, en estos términos, que reproduzco textualmente:

"Señores jefes y oficiales: estáis llamados a decidir con vuestro voto la  suerte de esta plaza de guerra, cuya custodia os ha confiado la nación. No quiero hacer presión sobre vuestras conciencias porque nuestros sacrificios no serían idénticos. Yo he vivido setenta y un años y mi existencia no se prolongará por muchos días; ¿qué más puedo desear que  Morir por la patria y por la Gloria de una resistencia heroica que salvará el honor militar y la dignidad del ejército comprometida en esta guerra?
Pero hay entre vosotros muchos hombres jóvenes que pueden ser útiles al país y servirlo en el porvenir; no quiero arrastrarlos en el egoísmo de mi gloria sin que la junta manifieste su voluntad decidida de defender la  plaza y de resistir el ataque.
El Comandante en jefe espera que sus oficiales manifiesten libremente su opinión".
En la histórica respuesta el coronel Moore, que ocupaba un asiento en el fondo del desmantelado  salón, pidió que la junta resolviese por aclamación la defensa de la plaza.
Todos los jefes se pusieron de pie y la resistencia quedó resuelta, por aclamación. Fue entonces cuando el coronel Bolognesi se dirigió al parlamentario chileno, con una frase cuyo recuerdo conservan los pocos peruanos que sobrevivieron al desastre:
 "Podéis decirle al general Baquedano que me siento orgulloso de mis jefes y dispuesto a quemar el  último cartucho en defensa de la plaza".
Al amanecer del día siguiente las infanterías chilenas que habían ganado posiciones durante la noche, rompieron el fuego, al pie de las trincheras; el coronel Bolognesi a caballo, se destaca sobre las alturas del Morro, sirviendo de blanco a las punterías enemigas y haciendo esfuerzos heroicos por detener el ataque, recio y formidable, de los regimientos chilenos, que  avanzan sobre un mar de sangre y un hacinamiento de cadáveres Por fin el fuego cesa dentro de la plaza porque el que no está herido está vivo; Bolognesi sale ileso del combate; fue en aquella situación indecisa  cuando un grupo de soldados chilenos trepó los parapetos, haciendo una descarga vigorosa con punterías fijas y precisas permitidas por la proximidad de la distancia. Allí cae Moore como tantos otros, atravesado  por una multitud de proyectiles y el coronel Bolognesi, el viejo amigo, el anciano venerable, inclina su frente y cae con el alma serena y el rostro plácido y sonriente... una bala le había atravesado el corazón.
Cuando volvimos al campo de los muertos buscando los cadáveres de Ugarte y de Zavala, encontramos el cuerpo frío del que fue nuestro jefe. Me detuve un momento en contemplarlo y aún conservo la impresión que me produjo la  disposición del cadáver profanado momentos antes; los bolsillos del pantalón estaban vueltos hacia fuera, se le había despojado de la chaquetilla y de las botas y un feroz culatazo le había descubierto la  parte superior del cráneo, derramando la masa cerebral sobre el tosco lecho de granito.
Aquella impresión fue para mí tan intensa, tan honda y tan dolorosa como la muerte misma de mi viejo amigo, el querido y venerado anciano. 
"EL GRAN CORONEL DON FRANCISCO BOLOGNESI"

Presidente Roque Sáenz Peña

COMUNICADO DE LA PRESIDENCIA DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL Respuesta al IDL

 
Tribunal Constitucional 
        
        
COMUNICADO DE LA PRESIDENCIA DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL
Respuesta al IDL
En el transcurso de estos días el IDL viene propalando subrepticiamente, como es su costumbre, un panfleto en el que ataca al Presidente del Tribunal Constitucional, Carlos Mesía, sólo porque éste ha puesto al descubierto que sus integrantes se hacen nombrar profesores de la Academia de la Magistratura donde tienen como alumnos a los jueces ante quienes llevan procesos que ellos llaman de “interés público”.
Se trata pues de un evidente conflicto de intereses que los “honestos” miembros del IDL no quieren reconocer, como si pudiese taparse el sol con un dedo.
Por eso es que se hace necesario poner al descubierto la pobreza argumentativa de estos supuestos entendidos en Derecho Constitucional, quienes pretenden ocultar su medianía intelectual afirmando que ellos son profesores de la Pontificia Universidad Católica del Perú y autoproclamándose hombres de “impecable trayectoria docente”. Como si esto fuese suficiente para convertirse en un académico de respeto. Los señores del IDL creen que lo que la naturaleza no les ha dado en inteligencia, la Universidad Católica se los presta.
Pero ya es hora de decir las cosas como son: ¿algún miembro del IDL tiene obra escrita que pueda mostrar como decisiva o influyente en el derrotero del Derecho Constitucional en el Perú?  Por cierto que no.
¿Tienen suficiencia profesional para capacitar a jueces, fiscales, vocales superiores y supremos a lo largo de todo el país? Es obvio que no.
Se trata de simples papagayos del discurso más elemental de los Derechos Humanos que quieren ungirse en capacitadores de jueces y fiscales. Ellos deciden a quién se asciende o quien ingresa a la judicatura. A quién se aprueba o se ratifica. Y luego, al día siguiente, muy orondos, se presentan en el despacho del juez favorecido a defender lo que ellos mismos han llamado “causas de interés público”.
Sostienen que el Presidente del TC no trata “con respeto a los abogados y a las partes [y que] no observa conducta personal ejemplar”El IDL no quiere que Carlos Mesía denuncie lo que considera una grave falta ética. Para ellos el Presidente de un tribunal de Justicia del Perú debe quedarse “calladito” frente a hechos que no ayudan a mejorar el sistema judicial sino que alientan el amiguismo, el aconchabamiento y la corrupción.
¿a caso denunciar hechos objetivos – que los señores del IDL enseñan en la Academia de la Magistratura y a la vez patrocinan causas de interés público – significa no respetar a las partes ni mantener una conducta ejemplar? La intolerancia del Instituto de Defensa Legal es evidente. Su poca capacidad para tolerar el intercambio de ideas sin insultos ni diatribas los descalifica para liderar cualquier reforma de la justicia.
Según ellos, cuando el Presidente del Tribunal Constitucional fue abogado del Congreso nadie lo descalificó para el ejercicio de la docencia. En efecto, no era posible descalificarlo porque el Presidente del Tribunal Constitucional no ha litigado nunca teniendo al frente a un juez del Poder Judicial que haya sido su alumno en la Academia de la Magistratura. Más aún, el Presidente del Tribunal Constitucional no ha defendido ni una sola causa ante el Poder Judicial mientras fue profesor de la Academia de la Magistratura. No lo hizo por razones que son obvias para todos, menos para los miembros del IDL.
Sostienen que el Presidente del TC estaría atentando contra la libertad de enseñanza y la libertad de cátedra que paradójicamente “fue defendida por Haya de la Torre, a quien el magistrado Mesía seguramente admira”. No hay nada de paradójico en lo que afirman. El Presidente del Tribunal Constitucional admira a Haya de la Torre, lo reafirma con orgullo y defiende como él la libertad de cátedra y la libertad de enseñanza. Pero también denuncia los conflictos de intereses que perjudican la administración de justicia.
Las críticas son bienvenidas siempre y cuando se hagan con decencia, con respeto y, sobre todo, con inteligencia. No profiriendo en los medios de comunicación adjetivos descalificadores que sólo demuestran la pigmea estatura moral de quien la expresa. Porque la democracia y los derechos humanos implican fundamentalmente el respeto de las instituciones y de quienes las integran.
En ese orden de ideas el Presidente del Tribunal Constitucional reafirma su voluntad de seguir respondiendo con tono enérgico los infundios y los insultos de todo aquél que con menosprecio de las formas, pretenda descalificar al TC y a sus miembros.
Lima, 20 de octubre de 2010