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lunes, 11 de octubre de 2010

OPINIÓN | Lun. 11 oct '10 La intolerancia y el poder Autor: Fritz Du Bois

Son contados los líderes en nuestro país que han logrado evitar que el poder los haya transformado y alterado. Incluso, uno diría que solo Fernando Belaunde logró, sin esfuerzo, integrarse de vuelta a la sociedad cuando concluyó su mandato. En el resto de los casos, de una manera u otra, la ansiedad por el poder los tenía o los tiene angustiados.

Esa falta de capacidad para absorber el poder se refleja en el nivel de intolerancia de un gobernante, lo cual se materializa en la impaciencia ante las críticas. Asimismo, se traduce en una sensación de impunidad hasta para lo cotidiano, como se vio en el brutal rodillazo que le dio Evo Morales a un futbolista–quien para colmo del abuso también fue arrestado– porque tuvo el atrevimiento de quitarle la pelota.

Por ello, la violenta reacción del presidente García, ante la ofensa de un joven, no solo es imperdonable para un jefe de Estado, sino que es preocupante al ser una nueva muestra de una tendencia hacia la intolerancia que se ha venido germinando en los últimos años.

Así tenemos que es evidente que el modelo Odría, de solo preocuparse en inaugurar, ignorando totalmente cualquier cuestionamiento, atrae tanto al presidente como a su preferido sucesor el –hasta hoy– alcalde metropolitano. Más aun, los niveles de popularidad de ambos indicarían que esa línea tiene atracción para parte de nuestro electorado.

Sin embargo, en un país con un Poder Judicial sin autonomía y con una clase política paupérrima, que difícilmente le hace contrapeso a la presidencia, nuestra democracia es particularmente vulnerable a la prepotencia.

Se imaginan qué hubiera pasado si la erupción de agresividad de García se hubiera dado al inicio de su mandato y que la opinión pública se lo hubiera perdonado. ¿Cuál habría sido el grado de intolerancia al que habría llegado a lo largo de 5 años? Recordemos que García llegó, al inicio de su gobierno, incluso a presentarse como el defensor del ciudadano frente al atropello del Estado, tratando de dar una imagen de tolerancia que ya hace buen tiempo ha abandonado.

Estando ad portas de un proceso electoral, es fundamental que los aspirantes sean conscientes que los gobernantes no tienen corona. Si un ciudadano agrede violentamente a otra persona tiene que rendir cuentas ante la justicia o llegar a un arreglo con la víctima, no veo por qué no debería ser lo mismo con el mandatario.

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