El Síndrome de la Cornisa
¿Qué prefieren? ¿Otra evaluación más del año (quizá de la década) o alguna información que de repente les llegará todavía fresca cuando se imprima la revista? Yo prefiero lo segundo e imagino que ustedes también.
Hay muchos temas relevantes, pero escojo uno de importancia más bien oblicua que, sin embargo, encapsula lecciones y advertencias.Es una historia sobre planchas presidenciales; un evento hasta hoy desconocido que pudo haber tenido un desenlace de decisiva importancia.
Todos vimos las poco imaginativas presentaciones en sociedad de las troikas presidenciales. Las mismas fotos en los escenarios igualmente previsibles: tres personas forzando sonrisas, vestidas con una informalidad generalmente forzada, saludando a la nada o, lo que es a veces peor, a la portátil. Una o dos fórmulas denotaron algo más de esfuerzo, de cálculo estratégico (la de PPK, me parece, y también la de Humala), pero algunas de las otras bordeaban lo inexplicable. ¿En qué pensó Castañeda, por ejemplo, cuando nombró a la todavía esposa del alcalde de Trujillo para su segunda vicepresidencia?
Una de las últimas planchas en presentarse fue la de Alejandro Toledo. Había suspenso sobre quiénes lo acompañarían en la lista. El día programado, la hora de la presentación se prolongó primero un poco, luego más que un poco.
Entonces, de repente, con corbatas parecidas (alguien debiera haberles dicho que desde la difusión del vídeo Fujimori-Montesinos y sus corbatas gemelas en el SIN, es una buena idea diferenciarlas), se presentó la lista presidencial de Perú Posible. Que no era precisamente un homenaje a la originalidad.
Ahí estaban Toledo, Carlos Bruce y Javier Reátegui. Sí, los tres. Un déjà vu sin misterios, de esos que te hacen preguntarte con fatiga si el precio de la estabilidad y el progreso tiene que ser necesariamente el aburrimiento.
¿Sin misterios, dije? ¡Un momento!, ¿acaso atrás de cada nombramiento de Reátegui en el pasado no hubo siempre alguna historia? ¿No era el comodín ministerial, siempre listo a asumir, con poco aviso, cualquier cargo que otra persona no quería o podía tomar?
Y así fue en este caso. Les cuento qué pasó.
Hasta las once de la mañana de ese día, Toledo tenía otra plancha. Su primer vicepresidente era Carlos Bruce, pero el segundo era otro: Antonio Ketín Vidal. Como lo leen.Alguien (un ex embajador durante el período 2001-2006, según fuentes muy enteradas, pero que no he podido confirmar), le sugirió a Toledo que llevar como segundo vicepresidente a Ketín Vidal era una idea no solo buena sino brillante, y que eso iba a atraer el voto de la gente angustiada por la inseguridad ciudadana. Toledo no consultó la sugerencia con ninguno de los asesores expertos en el tema –que los tenía– (de hecho parece que no lo consultó con nadie) y decidió armar su plancha con Bruce y Vidal, suponiendo, imagino, que había logrado la fórmula ganadora.
Cuando anunció su inspirada decisión el día que se presentaba la plancha, a alguien se le ocurrió preguntar si Vidal estaba en condiciones legales de contraer ese compromiso político; si era, por decirlo así, políticamente soltero. ¿No tenía el general un partido propio que lo iba a presentar a la presidencia? Ha renunciado a ser candidato, fue la respuesta. Pero, ¿ha hecho las renuncias formales en el Jurado Nacional de Elecciones?
Entonces, alguien chequeó el estatus de Fuerza Nacional, el partido de Vidal y vio que éste no solo no había renunciado sino que acababa de ser proclamado candidato a la presidencia un par de días antes.
Es verdad que el general le había dicho un día después a su vicepresidente (según reportó Perú.21), que “estaba muy delicado de salud y que era probable que declinara su candidatura” (¿No le dijo algo parecido a ‘Vladi’ en un video en el que rechaza una oferta que se había tornado inconveniente?).
De todos modos, se consultó con el Jurado de Elecciones. ¿Se trataba de algo subsanable? ¿Se podía ser candidato a la presidencia en una lista y a la segunda vicepresidencia en otra? Y si no, ¿se podía renunciar a una para poder aparecer en la otra, luego de una vertiginosa mejoría de salud?
La respuesta los dejó helados. Si se inscribía a Ketín Vidal como miembro de la plancha de Perú Posible, procedía una tacha. La posibilidad más benévola era que se tachara solamente a Vidal, pero la más probable era que se tachara a toda la lista. De manera que Toledo quedaría eliminado de las elecciones presidenciales de 2011.
Era hora de presentar la plancha, y varios presentes experimentaron el tipo de emoción que se tiene cuando se baja la vista y se ve que a sus pies hay un abismo que los está llamando. Toledo acababa de alcanzar el primer puesto en las encuestas y ya se las había arreglado para convocar a los demonios del fracaso.
Había que nombrar a otro candidato, en el momento. Y ahí estaba Javier Reátegui, el voluntario de tanto reemplazo de último minuto en el pasado. Todo lo que necesitó fue buscar la corbata que haga juego.
En una de sus columnas recientes, Juan Carlos Tafur escribió que Toledo tiene dificultades para administrar el éxito. Digamos que fue el eufemismo de la semana.
En los días que terminaba de ascender al primer puesto en las encuestas se las arregló para poner en peligro su candidatura mediante una decisión que él quiso que fuera inesperada (y por eso no la consultó con nadie que supiera sobre el tema) y que estuvo a punto de convertirse, efectivamente, en toda una sorpresa.
La decisión era pésima en todos los sentidos como, repito, cualquiera de sus asesores con conocimiento del tema de seguridad y de los entretelones de las biografías enredadas le hubiera podido indicar. Pero no consultó con ninguno de ellos.
Luego, como para ayudar a sus enemigos políticos a que lo caricaturicen mejor, se fue a Punta Sal para las fiestas de fin de año.
Hay gente que cree que Toledo padece de aquel síndrome descrito con vigor conceptista, en inglés, a fines del siglo XIX: “Tosnatchdefeatfromthejawsofvictory”: Arrebatar la derrota de las fauces de la victoria.
Yo no lo creo, porque en términos generales, luego de una distribución de goles y autogoles, Toledo suele ganar por la mínima diferencia. Y ese es su gran problema. La mínima diferencia es el freno a una mayor eficacia.
Pero el síndrome que en realidad la provoca, el de la cornisa, es una tentación con frecuencia irresistible, sobre todo para quienes surgieron de la precariedad, vivieron sus peligros y lograron, contra todo pronóstico, superarlos. ¿Para qué caminar por terreno seguro, aunque se vaya más rápido, si una extraña nostalgia te llama a caminar por la cornisa? ¿No es cierto, doctor Toledo?
Me resisto a hacer predicciones de campaña. Pero creo que entre mediados y fines del mes que viene, cuando ya sean nutridos los fuegos de las contracampañas, en un proceso que arreciará hacia fines de marzo, la inquietante realidad le habrá dado suficiente material a Toledo para tomar sobre la marcha una decisión fundamental: manejar su campaña bajo el principio de la improvisación o el de una metódica organización.
En el ámbito de la pugna humana, no hay decisiones perfectas. Pero hay ciertos patrones constantes, como la frecuente constatación que la estrategia que llevó a la victoria en el conflicto anterior es la que provoca la derrota del presente. Pese a sus intensas emociones, es hora de salir de la cornisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario