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viernes, 10 de diciembre de 2010

Vargas Llosa y la política real


Hace pocos días atrás, Mario Vargas Llosa daba su discurso para recibir el Premio Nobel de Literatura 2010. Sus palabras tratan de la literatura, su familia, su vida y la política.

En esta columna, quiero comentar no sus lecciones literarias, sino que las lecciones políticas que se pueden sacar de este escritor “comprometido”. Muchas de ellas están contenidas en sus constantes columnas sobre la realidad político-social latinoamericana (para quien quiera conocerla en forma rápida y resumida, recomiendo el libro “Sables y Utopías”), pero creo que las más importantes se encuentran en su experiencia personal como candidato presidencial del Perú en 1990 plasmadas en su libro “El Pez en el Agua”.
No por nada, “El Pez en el Agua” comienza con una cita de Max Weber “… Quien se mete en política, es decir, quien accede a utilizar como medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con el diablo….”.
Su libro refleja la visión de alguien desencantado de la política y que perdió la fe de los cambios que desde ella se pueden producir, pero como lo demuestra su abundante trabajo y esfuerzo por la democracia y la libertad en Latinoamérica, a pesar de que Mario Vargas Llosa conoció de frente la “cara diabólica” de la cosa pública, la sigue considerando algo esencial y por lo cual  pese a todo, vale la pena luchar.
El político de verdad (aquel que quiere aportar a su país) estará siempre en una constante tensión, que lo desagarra, entre el instinto natural de despreciar lo público y sus lógicas,  y el de participar por un compromiso moral que lo hace seguir.
Mario Vargas Llosa quería encabezar una revolución liberal en el Perú que sacara a su país del círculo vicioso de la pobreza, corrupción y violencia. Sintió que las circunstancias lo habían colocado a él en la mejor posición para liderar esa verdadera cruzada que intentó llevar a cabo, con el fin no sólo de ganar el gobierno y realizar las reformas necesarias, sino también con el fin de “evangelizar” en la democracia, en la libertad y en la empresa privada al pueblo peruano.
Este fue quizás el primer gran error del candidato Mario Vargas Llosa – y que el mismo reconoce- creer que la política es sólo una lucha de ideas. El propio escritor lo señala en su libro: “Fue candoroso de mi parte creer que los peruanos votarían por ideas. Votaron, como se vota en una democracia subdesarrollada, y a veces, en las avanzadas, por imágenes, mitos, pálpitos, o por oscuros sentimientos y resentimientos sin mayor nexo con la razón”.
Y así fue como su intento de liderar una gran cruzada liberal en el Perú, terminó siendo una elección entre ricos, privilegiados y blancos (Vargas Llosa) y pobres, amarillos, indios y negros (los excluidos del Perú, alineados con Fujimori). Así descubría el candidato Vargas Llosa que “la fuerza del mito ideológico, capaz de sustituir totalmente la realidad”.
Como señala también, después de haber participado mucho en política, desde “fuera”, descubre que cuando uno se encuentra en el centro mismo de ese campo de batalla que es la política del día a día:   “La política real, no aquella que se lee y escribe, se piensa y se imagina – la única que yo conocí -, sino la que se vive y practica día a día, tiene poco que ver con las ideas, los valores y la imaginación, con visiones teleológicas – la sociedad ideal que quisiéramos construir -  y, para decirlo con crudeza, con la generosidad, la solidaridad, el idealismo. Está hecha casi exclusivamente de maniobras, intrigas, conspiraciones, pactos, paranoias, traiciones, mucho cálculo, no poco cinismo y toda clase de malabares.”
Así, Mario Vargas Llosa descubre lo tan poco dotado que él como intelectual y escritor estaba para la política real “porque al político profesional, sea de centro, de izquierda o de derecha, lo que en verdad lo moviliza, excita y mantiene en actividad es el poder: llegar a él, quedarse en él o volver a ocuparlo cuanto antes. Hay excepciones, desde luego, pero son eso: excepciones. Quien no es capaz de sentir esa atracción obsesiva, casi física, por el poder, difícilmente llega a ser un político exitoso”.
Otra notable enseñanza de Mario Vargas Llosa, es su descubrimiento de la esencia del verdadero discurso político. Señala el escritor que “el político sube al estrado a seducir, adormecer, arrullar. Su música importa más que sus ideas, sus gestos más que los conceptos. La forma hace y deshace el contenido de sus palabras. El buen orador puede no decir absolutamente nada, pero debe decirlo bien. Que suene y luzca es lo que importa”.
“El buen orador político latinoamericano está más cerca de un torero o de un cantante de rock que de un conferencista o un profesor: su comunicación con el público pasa por el instinto, la emoción, el sentimiento, antes que por la inteligencia”.
Y especialmente interesante resulta la comparación que realiza sobre la relación que se debe formar entre el orador político y la multitud que lo escucha, evocando nuevamente la figura del toreo, pues el político “…que encara a una multitud enfervorizada. Lo que tiene al frente es algo tan rotundo como un toro de lidia, temible y al mismo tiempo tan ingenuo y manejable que puede ser llevado y traído por él si sabe mover con destreza el trapo rojo de la entonación y el ademán”.
Esta sola descripción de la actividad política de Mario Vargas Llosa, haría a cualquiera que no sea lo que se llama  “animal político” por naturaleza, correr a perderse y distanciarse por completo de la cosa pública, dejando a estos “seres caníbales” del oficio político destruirse entre ellos.
Así es como mucha gente buena y que podría ser un aporte a la cosa pública en sus respectivos países se alejan con asco y hastío de la política, pero que en realidad demuestran algo que el propio Vargas Llosa describe como la “fuga de un vanidoso herido en su amor propio”, y no es infrecuente que las personas más dotadas intelectual y espiritualmente para la cosa pública sean al mismo tiempo vanidosos y que en el mejor de los casos sigan participando, pero viviendo como él llama una especie de “exilio interior”, que los lleva a irse inhibiendo de la política diaria y por tanto marchitando progresivamente una vocación pública ilusionada.
Sin embargo, no todo fue tan decepcionante en su experiencia electoral. Resulta genial su historia de cuando sus adversarios intentaron difamarlo por su novela “Pantaleón y las Visitadoras” (Sobre prostitutas de la Amazonía Peruana). Cuando el candidato Vargas Llosa visitó en su campaña dicha zona, las radios de sus rivales llevaban mucho tiempo leyendo los párrafos más escabrosos de la novela, señalando que Vargas Llosa consideraba a todas las mujeres de la zona como “prostitutas” y que así las había inmortalizado para todo el mundo.  Sin embargo, al parecer las mujeres amazónicas no se sintieron tan ofendidas,  pues Vargas Llosa sacaría precisamente ahí su más alta votación.
Otra punto digno de destacar, es que desde el comienzo de su campaña electoral tomó una decisión: “No voy a dejar de leer ni de escribir siquiera un par de horas al día. Aún si soy presidente”, pues consideraba que ese espacio personal de reflexión le haría bien a su trabajo político, el cual veía en el día a día tan poco intelectual que terminaba embruteciendo. “Era un baño lustral, cada vez, aunque fuera solo por media hora, salir de las discusiones, las conspiraciones, las intrigas y las invectivas y ser huésped de un mundo perfecto, desasido de toda actualidad, resplandeciente de armonía”.
La experiencia electoral de Mario Vargas Llosa permite conocer los distintos rostros que tiene la cosa pública y que el político debe intentar equilibrar para poder mantener la ilusión (aquellos que la tengan). Lo de Mario Vargas Llosa es la descripción del político desencantado, pero como todas las actividades el mismo descubre que tiene sus momentos de pureza que justifican pasar muchos malos ratos. Sin embargo, y esa es a mi entender la principal lección del candidato-escritor, el político de verdad (aquel que quiere aportar a su país) estará siempre en una constante tensión, que lo desagarra, entre el instinto natural de despreciar lo público y sus lógicas,  y el de participar por un compromiso moral que lo hace seguir.
Por eso se entiende, que en su reciente discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa (a pesar de su experiencia personal) defendiera precisamente, la participación política y la democracia liberal, pues “…con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad de las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos –aunque nunca llegaremos a alcanzarla–  a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura”.

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