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domingo, 13 de marzo de 2011


(Editorial) Sismos: No podemos bajar la guardia

Domingo 13 de marzo de 2011 - 08:00 am
Con el correr de las horas siguen arribando nuevos y preocupantes datos del devastador terremoto ocurrido en Japón: creciente número de muertos y desaparecidos, además de severos daños materiales y el riesgo de un accidente nuclear en dos plantas generadoras de energía. Al sismo de 8,9 grados en la escala de Richter, siguió un tsunami cuyos efectos llegaron hasta nuestras costas, donde hubo inundaciones y algunos daños.
En estos difíciles momentos, reiteramos nuestras condolencias y solidaridad con el pueblo japonés –y con la extensa población peruana de ascendencia japonesa–, que ha sabido levantarse una y otra vez, esforzadamente, después de sufrir graves tragedias naturales y bélicas. Asimismo, es de destacar el apoyo unánime que ha recibido de la comunidad internacional en este trance doloroso y el reconocimiento a la generosidad japonesa en su apoyo a los países en desarrollo a través de su agencia de cooperación.
El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, ha enviado un conmovedor mensaje en el que, aparte de expresar su pésame, subraya que “Japón es uno de los contribuyentes más generosos y presta asistencia a los necesitados de todo el mundo. En este sentido, la ONU se pone del lado del pueblo japonés. Haremos todo lo posible en este momento tan difícil”. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha remarcado su plena disposición a “ayudar al pueblo de Japón en estos momentos tan duros”, lo que resume el sentimiento de muchos mandatarios y ciudadanos de todo el mundo.
En el Perú, hemos pasado en pocas horas de un estado de conmoción, por la alerta del tsunami en toda la cuenca del Pacífico, a otro de distensión cuando llegó con disminuida fuerza a nuestras costas el viernes por la noche.
Sin embargo, en las últimas horas han abundado las noticias de oleaje inusual y destructivo en algunas caletas, que nos confrontan con una dura realidad: no somos inmunes a los riesgos de un terremoto de epicentro tan lejano; más aun, vivimos en una zona de alta exposición sísmica, en el Círculo de Fuego y la Placa de Nasca; y sabemos que el peor terremoto de la historia, de 9,5 grados, se produjo al sur de nuestro país, en Chile en 1960.
Pensemos por un instante en los terribles daños causados por este terremoto en Japón, a pesar de que su población es formada y educada en una cultura de prevención, muy sólida y ya interiorizada, para afrontar este tipo de eventos con cierta regularidad. Esto se expresa en su ordenada y serena reacción, así como en las construcciones y sistemas de emergencia. Sin esa cultura el número de víctimas habría sido mucho mayor.
Imaginar qué sucedería en nuestro país con un terremoto de esa magnitud es una pesadilla. Nuestros niveles de prevención, organización antisísmica y reacción frente a los eventos son ineficientes. Muestra de ello es el vergonzoso ejemplo de Pisco, que hasta ahora no es reconstruido, por la improvisación, corrupción y manoseo político, que demostraron una preocupante falta de planificación para la intervención posterior a los hechos.
El grado de destrucción que la naturaleza ha infligido a la tercera potencia mundial es inmenso. Conectémonos a la cadena global de solidaridad y apoyo con los damnificados, y reflexionemos también sobre las amenazas que se ciernen a nuestro alrededor.
Las autoridades de los gobiernos central, regionales y municipales tienen la obligación de tener preparado un protocolo de acción efectiva si un evento así ocurre en cualquier parte de nuestro país. De la misma manera tienen que organizarse las familias, las escuelas y las empresas.
Uno de los puntos al que le deben prestar atención nuestros candidatos y candidatas es a cimentar la cultura de prevención. Se trata de una cuestión de supervivencia, de desarrollo social, cultural, económico y, principalmente, racional y razonable. No hacerlo pone en riesgo nuestra viabilidad como país y es muestra de una pavorosa irresponsabilidad frente a la vida humana

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