Testimonio. “El Perú sí participó del Plan Cóndor”
La peruana de nacimiento y ahora argentino española Carla Artés, una de las niñas secuestradas por la dictadura militar argentina de la década del 70’, rompe su silencio y anuncia una demanda contra el Estado Peruano por complicidad en el espeluznante Plan Cóndor.
Por: Cecilia Podestá cpodesta@siete.pe
Carla Artés Company, la única niña peruana de la Plaza de Mayo dio su desgarrador testimonio a SIETE ahora que Francisco Morales Bermúdez niega nuevamente la participación de su gobierno (1975-80) en el Plan Cóndor. Ella entablará una demanda ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y según asegura, el Perú omitió información sobre ella y su madre, apresadas y torturadas ambas en Bolivia.
Han pasado más de treinta y cinco años y Carla solo recuerda los maltratos y abusos de los que le dijeron que eran sus padres. Uno de ellos fue el mismo que secuestró, torturó y posiblemente asesinó a su madre Graciela Artés, que hasta hoy se encuentra desaparecida. Aquí parte de su testimonio como hija y declaraciones sobre su denuncia.
Fue restituida en 1986, recobrando su identidad y el verdadero nombre que le pusieran sus padres. En medio de procesos burocráticos y dolorosos Carla Artés terminó huyendo a España con su abuela Matilde Artés (conocida como Sacha) después de asumir la verdad sobre su origen. Pero no dejaría atrás el recuerdo de ese pañuelo blanco tan común sobre la cabeza de decenas de mujeres que fueron envejeciendo con el nombre de sus hijos en la boca y alrededor de una plaza en la que gastaron los zapatos y el alma dando vueltas alrededor de un obelisco y resistiéndose a creer que sus hijos estaban muertos.
Ellas saben cómo es el ruido de los dientes cuando rechinan porque en el estómago la zozobra se convirtió en una masa helada.
Saben cómo suena el miedo sin que sea llanto y porque la imaginación puede ser un destino terrible ante la duda y la ausencia de los que más amamos. Carla se llamó primero Gina Amanda Ruffo. Llevaba en el nombre al torturador de su madre: Alfredo Ruffo, militar y miembro de la tenebrosa AAA Alianza Anticomunista Argentina que la llevó a su casa para criarla como hija suya. Sus verdaderos padres eran estudiantes comprometidos con un idealismo que los llevó a la muerte. Él, Enrique Lucas López, uruguayo, fue asesinado el 19 de septiembre de 1976 en Cochabamba. Su madre, Graciela Rutilo Artés, argentina, fue detenida en abril en medio de una huelga obrera en Oruro (Bolivia) y sometida a feroces torturas. Carla tenía nueve meses y era llevada a estas sesiones envuelta en una manta sucia y cargada con descuido por militares, hasta que con el objetivo de doblegar a la estudiante, fue torturada también siendo apenas un bebé. Esto lo demuestran las secuelas físicas que tiene hasta ahora como una sordera que avanza y que ha atacado el 85 % de la audición en uno de los oídos y 65 % en el otro. Ambas fueron entregadas en la frontera de Villazón-La Quiaca a las fuerzas de seguridad argentinas y llevadas a Automotores Orletti. Graciela continúa desaparecida hasta hoy. Después Alfredo Ruffo entregaría a Carla a los brazos de su esposa (que no podía concebir) y conformarían junto a otro niño, un remedo de familia. Este hermano de crianza de Carla tampoco era hijo del matrimonio Ruffo, sin embargo a pesar de las sospechas de que fuera también hijo de desaparecidos, su ADN no coincidió con ninguna muestra del banco de ADN de las víctimas. Cuando la justicia argentina inicia el juicio por secuestro de ambos a finales de los noventa y sin el respaldo de la junta militar, el niño es nombrado como Spósito, apellido que se les da a todos los huérfanos en Argentina. Pero después él mismo se hace adoptar nuevamente por sus opresores. No tenía a nadie que lo busque, no lo esperaba una familia, no creo que se le pueda juzgar, dice Carla quien cuenta además que hace dos años su hermano de crianza la buscó para pedirle que no declare en el nuevo juicio al represor Ruffo. Actualmente él está preso por el secuestro y tortura de Graciela Rutilo Artés.
Y no por los abusos físicos y sexuales a los que sometió a Carla desde los cuatro años de edad hasta que es rescatada por las Abuelas de la Plaza de Mayo. El abuso sexual es perpetrado cuando Carla aún reconocía a Ruffo como su padre. Es algo que le confesó a su abuela solo años después, ya en Madrid, teniendo 18 años y estando lejos, muy lejos de los Ruffo. Ahora es una española-argentina, nacida en Perú en 1975 y que tuvo alguna vez un pasaporte peruano bajo el nombre de Carla Graciela Artés Company con Nº 863330, obviamente después de que le fuera restituida su identidad. Actualmente su cédula española indica como lugar de nacimiento Lima Perú. Su historia no es ajena y envuelve nuevamente a nuestro país como cómplice del temible Plan Cóndor.
Francisco Morales Bermúdez
Matilde Artés, la abuela de Carla, sostiene que el Perú tenía conocimiento de las torturas que recibían su hija Graciela y su nieta peruana. Empezó a buscarlas desesperadamente, tocando más de una vez las puertas de Palacio intentando hablar con Francisco Morales Bermúdez.
Declaró en una entrevista a la revista Caretas N1571 realizada por Jaime Bedoya que tiene un documento que probaría que las autoridades argentinas pedían la ubicación de Carla Rutila Artés.
En 1999 Matilde Artés planeaba denunciar al Estado peruano, pero los años pasaron y después, quizá un agotamiento que no quiso convertir en más tristeza, hizo que dejara las cosas en un paréntesis.
Para finales de los70’, y claro con Morales Bermúdez gobernando el Perú, Lima tuvo un aluvión de montoneros argentinos.
Todos venían huyendo de la matanza que había desatado Rafael Videla, nos dice un testigo de esa época.
“Ellos eran de clase obrera y claro, en Lima, se juntaban con nosotros: poetas del centro en plena efervescencia de la calle como discurso. Recuerdo que los hostigaban.
Llamaban por teléfono, se paraban en las puertas de los bares, en sus trabajos o cachuelos, les metían miedo. No los dejaban trabajar y después no los veíamos más. Se iban huyendo a Bolivia, Uruguay, a Brasil o quién sabe a dónde”, recuerda uno de esos vates limeños de antaño.
“¿Quién más iba a hacer eso? ¿Los argentinos? Ellos estaban en su país, pero aquí en Lima, los únicos que podían ordenar toda esa maquinaria de persecusión eran quienes tenían el poder”.
¿Quién permitió este hostigamiento y persecusión en nuestro país? .
“ Ahora ¿qué van a decir, que no lo sabían? Todos los que rodeábamos a los montoneros que anduvieron por aquí sabíamos que Videla los mandaba capturar aquí en Lima. ¡Los Molfino! Se hicieron humo aquí y terminan muertos en Madrid. Por favor…. Y nadie sabía nada. Claro. ¿Mi nombre?
A mí aún me dan miedo los setenta. Ahí no más, no pongas mi nombre, pero lo que digo yo, te lo puede decir cualquiera que estaba en contacto con los montoneros del centro. Pregunta a quien quieras”, nos dice con el ceño fruncido e indignado.
El Plan Cóndor fue una alianza entre los dictadores de países vecinos del cono sur. La dictadura de los 60’en Brasil terminó por ser una escuela de tortura en contra de los tupamaros uruguayos. En Chile y Argentina intercambiarían como piezas a personas maniatadas, torturadas y violadas ¿para qué? para seguir haciéndoles lo mismo en la otra frontera.
Además, los desaparecidos argentinos en Perú y Bolivia terminaban misteriosamente siendo encontrados en otros países, incluso en España.
Estos dictadores, que no fueron elegidos por el pueblo, además, no tuvieron el mínimo respeto por la vida o siquiera el temor de que lo que hacían pudiera alcanzarlos alguna vez. Creen que el poder que tuvieron les alcanza para seguir lavándose las manos. No es así.
Denuncia al Perú
Hace unas semanas el juez argentino Norberto Oyarbide dio una orden de detención para el ex presidente Francisco Morales Bermúdez. A pesar de que este juez tenga una implicancia en casos de prostitución o sea poseedor de costosas propiedades, o tenga una dudosa reputación los hechos están sobre la mesa.
Carla Artés Company declaró ser la prueba viviente de que el Perú fue parte del Plan Cóndor. Una bebé peruana de nueve meses y su madre fueron secuestradas y torturadas en Bolivia a pedido de las fuerza del general Videla y aparentemente bajo el conocimiento y venia del gobierno del Perú.
Esto implicaría a nuestro país en la denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
A sus noventa años, Morales Bermúdez busca librarse de decisiones que habría tomado hace más de treinta años, según sus acusadores.Videla, encarcelado mastica palabras que describen su situación como venganza, pero las miles de víctimas que sobrevivieron a sus campos de concentración o a la desaparición forzosa de familias enteras, lo llaman justicia. Y esperan más.
Carla Artés es hoy una mujer adulta que vive en Buenos Aires. Es madre de tres hijos y con mucha fuerza y enfrentando nuevamente su pasado ha decidido terminar con lo que su abuela empezó. Carla anuncia que denunciará al Estado peruano por omisión además de ir en contra también de los gobiernos de Bolivia, Argentina, Chile y Uruguay. Junto a un abogado internacionalista en derechos humanos arremeterá contra los gobiernos que fueron cómplices de la muerte de sus padres y su propia tortura.
El 6-0 y Las Malvinas
“Mientras escuchábamos que la gente gritaba gol, nosotros, a pocas cuadras del estadio, gritábamos también pero porque nos estaban dando con la “picana” dice un ex detenido desaparecido”.
Videla entra en los camerinos de la selección peruana en el año 76. El resultado, no solo el 6 a0, sino la vergüenza, la sospecha, el olor de que algo se está pudriendo bajo la mirada de los fanáticos.
El diario El tiempo de Buenos Aires situó inmediatamente este hecho como parte del Plan Cóndor. Primero sería el futbol, después miles de jóvenes serían enviados a las Malvinas en medio de una guerra inventada para recuperar el nacionalismo. Gran Bretaña ganó y Argentina entró con Raúl Alfonsín en un duro proceso de reorganización nacional que no se ha detenido.
La denuncia que hará Carla Artés volverá a traer esos dolorosos años a fines de los setenta y desempolvará el escritorio de más de un ex gobernante con miedo a pagar sus culpas.
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