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lunes, 18 de octubre de 2010

La mente del transformer

 Dom, 17/10/2010 - 05:00
La mente del transformer
Por Jorge  Bruce

Poco antes del bochornoso incidente de la cachetada negada, el presidente de la República hizo esta asombrosa declaración: “Es implícito que el transformer es un drogado, ¿no se dieron cuenta?”. Vamos a ver si conseguimos encontrarle un sentido a esa interpretación presidencial. En el mismo discurso menciona el problema del consumo de drogas, alentado por Hollywood en películas en las que los narcotraficantes aparecen como triunfadores. Hasta ahí, un punto de vista convencional pero sostenible, digamos. De pronto, en una asociación de ideas vertiginosa, menciona los dibujos animados que los niños ven en los canales de cable y, sin previo aviso, salta a los transformers y hace la afirmación arriba consignada.

Comenté esta secuencia asociativa con un respetado colega psicoanalista y discutimos si se trataba de una fuga de ideas o, acaso, de lo que en psiquiatría se denomina pensamientos en tropel. Es como una de esas bolitas de pinball que comienzan a rebotar y no se sabe cuándo terminará su loca carrera.

En todo proceso mental, incluso delirante, existe una lógica de base aguardando ser descifrada. En este caso podemos detectar hasta dos lógicas entrelazadas: una personal, idiosincrática, y otra pública. Ambas son funcionales a una imagen que se desea proyectar. Lo interesante es lo que emerge más allá del control del hablante, incluso tratándose de un orador tan ducho y experimentado como Alan García.

Así, el asunto de la cachetada se le ha ido totalmente de las manos, por así decirlo, puesto que un acto impulsivo y abusivo lo enreda a él y su entorno en una maraña de mentiras y presiones mediáticas, revelando su visión autoritaria y despótica de la política. Él puede no solo decidir quién no será presidente, sino qué es noticia y, parafraseando a Reimond Manco, qué es realidad.
Volviendo al asunto inicial, lo que la declaración presidencial muestra es su identificación con alguno de los referidos personajes de Hasbro (al final les digo cuál): él es un transformer.
 

En su primer periodo se comportó siguiendo el modelo de Zelig, el caso relatado en una película de Woody Allen, en la que el protagonista se mimetizaba con el entorno circundante. Mientras que Zelig se transformaba en griego o judío ortodoxo, según la ocasión, García pasaba de militar uniformado a filosenderista, dependiendo de la audiencia que tuviera delante.

En cambio ahora procura convencernos de que es un hombre nuevo, estable, devoto de la religión del mercado. Pero el inconsciente acecha. Y habla. La droga a la que, sin advertirlo, se refiere el Presidente, es la más intoxicante y obvia de todas: el goce del poder. Es la que lo altera y obsesiona. Por eso no puede tolerar que un súbdito de tan baja categoría se atreva a insultarlo en público, por reprobable que esa conducta sea.

Al conjuro de la palabra “¡Corrupto!”, el proceso de conversión se pone en marcha. Todo el mundo lo ve menos el propio Alan García. Pero la ironía mayor es que su fantasía inconsciente, sospecho, es la de ser Optimus Prime, el líder de los Autobots. Mientras tanto, los demás vemos aparecer al jefe de los Decepticons, quien lleva el elocuente nombre de Megatron.

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