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jueves, 4 de noviembre de 2010

Dos Presidentes Hablan

En la mañana del domingo 26 de septiembre, el presidente Alan García recibió al ex-presidente Alejandro Toledo en Palacio de Gobierno. Desayunaron en el salón Grau y conversaron por algo más de dos horas. A la salida se fotografiaron en un abrazo que planteó nuevos desafíos a la geometría del espacio.

¿Qué hablaron antes? La conversación entre dos presidentes a quienes el destino ha puesto en una curiosa dialéctica de aproximación y alejamiento, de conflicto y cooperación, es siempre interesante, pero lo es más ahora, apenas terminada la primera elección regional y municipal y en la víspera del inicio de lo que seguramente será una intensa y dura campaña presidencial.
El motivo explícito del encuentro era la petición de Toledo –transmitida por Carlos Bruce– de condecorar a Muhammad Yunus, el creador del Banco de los Pobres y Premio Nobel de la Paz 2006, que se encontraba de visita en el Perú, invitado por el Centro Global para el Desarrollo y la Democracia, que preside Toledo.
García había accedido de inmediato, de manera que la visita parecía ocasión de agradecimientos formales. Pero el desayuno fue más interesante que eso.
Toledo llegó acompañado por Carlos Bruce, Ana María Romero (directora ejecutiva del Centro Global en Lima) y Guillermo Gonzales Arica. García estuvo escoltado solo por el secretario general de la presidencia, Luis Nava.
El desayuno empezó continental, casi como una declaración de austeridad. Luego de los huevos revueltos ya se había hecho americano. Y de repente aparecieron las bandejas con chicharrones, camotes y tamales. Aunque algunos lo niegan, parece que todos comieron con apetito. Los testimonios, menos el de Nava, coinciden en que García realizó una blitzkrieg masticatoria sobre las fuentes, sin que el dar cuenta veloz de chicharrones y tamales obstaculizara su elocuencia. Por lo contrario, la exuberancia alimenticia tuvo contrapunto en la verbal.
“García estuvo muy locuaz, hablando cosas internas de su partido”, dice uno de los asistentes. Les sorprendió mucho el desenfado con que describió su relación con Jorge del Castillo.
Según una versión, García dijo: “Con Del Castillo tengo sentimientos cruzados”. Según otra, que quizá confunde la emoción con la medicina, el presidente habría dicho: “Tengo un problema cardíaco con Jorge del Castillo”.
En lo que sigue sí hay mayor consenso (a excepción de Luis Nava, que no recuerda que se haya tocado el tema). ¿Por qué la ambivalencia presidencial hacia Del Castillo? “Porque de un lado me defendió en momento difíciles”, dijo García, “cuando ningún otro se atrevía a hacerlo… (pero) del otro lado, él tiene la culpa de que le hayan puesto el cartel de corrupto al gobierno”.
“Esa me la debe”, habría dicho García.
La conversación entre los dos políticos más diestros en campañas electorales en el Perú derivó, como era de esperar, hacia las estrategias en la campaña que viene. Toledo, candidato inminente aunque todavía no declarado, se mantuvo cauto, finteando aquí y allá con fracciones de opinión. García, espectador interesado y árbitro implícito, estuvo locuaz y extrovertido.
–Castañeda te lleva ventaja –le dijo a Toledo– porque él puede hacer alianzas con nosotros y con los fujimoristas. Tú no puedes hacer alianza con los fujimoristas y por eso tu gobierno sería más endeble.
–Nada nos impide hacer una alianza con Castañeda en la segunda vuelta –dijo Carlos Bruce ante el silencio de Toledo– para apoyarlo o para recibir su apoyo, según sea el caso.
–Pero ¿y por qué no hablas con el Apra? –dijo García.
–¿Por qué no? –respondió Bruce, mientras Toledo parecía considerar una súbita vocación trapense.
Ahí García se explayó en el tema que, parece, había querido abordar desde el inicio de la conversación: una alianza entre Perú Posible y el Apra; o, mejor dicho, entre él y Toledo.
Su argumento fue inequívoco: “queremos la gobernabilidad del Perú”, dijo, “por eso somos sus mejores aliados”.
El Presidente fue más allá y describió un escenario de complementariedad histórica en la sucesión de un gobierno democrático (el suyo) con el precedente, de Toledo. Y entonces no le regateó elogios a su predecesor.
–Gracias a Dios –dijo García– que ganaste la elección del 2001, porque así me tocó manejar un país mucho más fácil (el 2006).
–¡Ah, carajo! ¡Menos mal que me reconoces algo! –exclamó, repentinamente elocuente, Toledo.
–Siempre lo he reconocido –repuso García, que describió a continuación las serias dificultades que había afrontado Toledo en los primeros años de su régimen y admitió que gracias a ello le había tocado a él un período presidencial mucho más llevadero.
García siempre lo sintió así. Luego de la victoria de Toledo en las elecciones de 2001, García fue a visitarlo al Sheraton –donde aquél esperó los resultados– para reconocer la derrota y felicitarlo por la victoria. Yo, como recordarán algunos, era asesor del presidente electo y coordiné la visita. Alan García llegó acompañado por Jorge del Castillo y fue recibido por Toledo y algunos de sus asesores.
Recuerdo la conversación con claridad. García le describió a Toledo los escenarios de crisis potenciales que le iba a tocar enfrentar en el corto y mediano plazos y le dijo que no lo envidiaba. Pero a la vez se ofreció a colaborar en el puesto que Toledo quisiera darle, para, dijo, consolidar la gobernabilidad democrática. Toledo lo escuchó con cautela parecida a la que tuvo en el desayuno en Palacio y no adelantó ninguna respuesta ni sugerencia. Y después no le hizo ninguna propuesta. Creo personalmente que eso fue un error, y que el 2001 hubiera resultado muy interesante (y controlable) un gabinete del que García formara parte.
Terminada aquella entrevista del 2001, acompañé a García y Del Castillo al sótano del Sheraton, desde donde podían salir evitando a la poco cariñosa muchedumbre que colmaba el Paseo de la República. García parecía genuinamente aliviado por el fin de la campaña. En un largo pasadizo nos cruzamos con un camarero que llevaba una bandeja cargada de panes. García cogió uno al pasar y lo fue masticando con el deleite de quien camina hacia un deseado fin de semana.
Cinco años después, con algo más que un pan casual sobre la mesa, el ahora rotundo presidente volvía a ofrecer una alianza al ex presidente e inminente candidato. El esquema, además, ofrecía una complementariedad dialéctica: Toledo-García-Toledo-García.
Porque no se habló solo del 2011 sino también del 2016. Y García no hizo secreto alguno de su intención de volver entonces a Palacio. Hay dos versiones sobre lo que dijo: según la primera, García habría indicado que “Dios ya habló” y que su elección para el 2016 había sido confirmada, antes que por los votantes peruanos, por el primer Elector del universo. “Voy a ser presidente el 2016”, habría dicho. “Es mi destino y el del Perú. Dios lo quiere así”.
Otra versión, menos providencialista, recuerda a García diciendo: “Si Dios lo quiere así, voy a ser presidente el 2016”. Nava, a su turno, no recuerda que se haya tocado el tema.
¿Cuál era la ventaja de esa doble repetición? La gobernabilidad y el sostenimiento de los patrones actuales de desarrollo y democracia, sostuvo García, mientras Toledo parecía suscribir aquel viejo y sabio dicho: “las palabras son de plata; el silencio es de oro”.
García habló sobre qué podía esperar y lograr el Perú en los siguientes 15 años; sobre la evolución de las relaciones con Chile, Bolivia, Brasil. Sobre el crecimiento de las exportaciones.
Terminado el desayuno, el presidente acompañó a sus visitantes a la salida de Palacio y, desatadas las cámaras, abrazó al breve Toledo, que pareció perderse en medio de la frondosa humanidad de García.
Terminaron de despedirse, y mientras se alejaban, cada cual volvió a sus estrategias, sus cálculos, sus tácticas y estratagemas. El prólogo de la campaña estaba por concluir.

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