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lunes, 3 de enero de 2011

El Año de Machu Picchu

Editorial

Aunque nos contamos entre los medios que hicieron campaña para que el 2011 fuese declarado como Año del Centenario del Natalicio de José María Arguedas, la decisión presidencial de declararlo como Año del Centenario de Machu Picchu al Mundo cuenta con entusiastas defensores, pues la ciudadela inca es la joya de nuestro patrimonio arqueológico y es uno de los símbolos que identifican al Perú en el mundo.

Y es verdad que este año se cumple el centenario del redescubrimiento de Machu Picchu por el explorador norteamericano Hiram Bingham y que tal aniversario estará marcado por el retorno de las primeras piezas del invalorable patrimonio arqueológico que Bingham obtuvo en préstamo del Estado y que su legataria, la universidad de Yale, retuvo por casi un siglo, motivando una disputa legal.

Pero no hay que olvidar que los peruanos delegamos en el Estado la custodia de este bien cultural, lo que entraña la obligación de conservarlo y ponerlo en valor para los miles de visitantes nacionales y extranjeros que lo recorren. Desde este punto de vista es lícito preguntarse si la celebración por todo lo alto anunciada y que atraerá más turismo sobre la ciudadela es conveniente, cuando lo que sería aconsejable es la ampliación de otros circuitos, de modo de no hacer depender todos de Machu Picchu.

Pues hay que tomar en cuenta que no podemos seguir multiplicando irresponsablemente la afluencia de visitantes al santuario.

Machu Picchu requiere de excepcionales cuidados, sin los cuales podría desaparecer o deteriorarse sin remedio. Al respecto, cabe recordar que hace tres años la revista Newsweek constató que la ciudadela rozaba ya el límite de visitas que podía recibir cada día, establecido mediante un estudio técnico hecho por la empresa especializada Eright Water Engineers en 2,200 personas.

De no respetarse este tope de afluencia, el santuario se verá afectado de modo irreversible por la presencia humana, la misma que se desplaza ya de cualquier manera por sus distintos ambientes. El año pasado Machu Picchu salió intacto de un periodo de grandes lluvias –que causaron el colapso sus rutas de acceso–, pero hay que preservarlo también del desgaste ocasionado por la presión causada por un aumento incontrolado de visitantes.

Corresponde al Estado organizar rápidamente otros circuitos de atracción turística en un país que, menos mal, los tiene en abundancia. Hay que poner en valor Kuélap como se ha hecho con Sipán y Sicán, y acelerar la recuperación de las escasas huacas limeñas que quedan, así los viajeros no tendrán un único destino y permanecerán unos días en la capital. No hacerlo podría ocasionar lo que los siglos no han podido: inferir un daño irreparable a Machu Picchu. Que este año del centenario sirva también para reflexionar al respecto.

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