“Tomo a honra ser políticamente incorrecta”
Controvertida, pero muy respetada, sobre todo en círculos académicos. Así es Martha Hildebrandt, una lingüista que llegó a ser presidenta del Congreso y que dice encontrar errores gramaticales incluso en el Nobel Mario Vargas Llosa.
Aprendí a leer sola, a los cuatro años y de cabeza. Un día, mi padre me encontró con el periódico de cabeza y me dijo, en tono de sorna: ‘A ver, lee, pues’. Y le leí El Comercio”. Martha Hildebrandt nos habla de su precocidad como lectora.
¿Aprender a leer ha sido lo más importante que le ha pasado?
Sí. Ha sido lo más importante de mi vida intelectual.
¿Y cómo ha sido su vida en otros terrenos?
Yo he sido feliz, porque tuve un gran amor que me duró quince años. Pero también los grandes amores se acaban.
No me la imagino dándose un beso en un parque…
Esa no fue mi vida. Mi vida fue o la universidad o el mundo diplomático, donde se desenvolvía mi marido.
¿Ha jugado con sus nietos?
Por supuesto. A Luciano le enseñé a leer cuando este tenía cuatro años. Con mi bisnieta viví en la misma casa, con los demás he tenido menos intimidad, pero igual, está el cariño. Soy una abuela muy peculiar: me preocupo por ellos, pero no los aguanto (risas).
¿Cómo fue con su hija?
Fui una madre chocha, un poco tardía – porque tuve que esperar para casarme–, tal vez demasiado tolerante en todo. Ella no quiso ser nada, no le dio la gana.
¿Quiere a su hermano César?
Yo siento los lazos de la sangre. Él no me quiere mucho porque tiene el resentimiento del hijo natural. Yo no tengo ninguna culpa. Además, me enteré muy tarde. Mi padre tuvo tres familias: yo soy la mayor de la primera familia y él es el menor de la última. Yo le regalé un libro con esta dedicatoria: “En el nombre del padre” (risas).
¿Lo considera como un ejemplo de buen periodista?
Es un gran periodista y no tuvo que pasar por ninguna escuela de periodismo para serlo.
¿Cómo toma usted su propio ejercicio en el campo político?
Lo tomé como un reto. En mi vida he aceptado muchas cosas como retos. Estoy satisfecha, no tengo nada de qué quejarme.
¿A quién apreció más: a Juan Velasco o a Alberto Fujimori?
Son personas muy distintas. Cada uno en su estilo. Con ellos tuve poquísima relación personal, no hacía falta, pues no soy de las que molestan: soy disciplinada para cumplir una consigna o una orden. Velasco me hizo una dedicatoria linda: “Para Martha Hildebrandt: la primera soldada del Perú” (risas). Antes de escribirla, noté que se demoraba. Levantó la cabeza y me dijo: “Doctora, ¿se puede decir ‘soldada’?”. Le respondí: “Usted puede decir lo que le dé la gana, general” (risas).
Yo no tengo una buena imagen de Fujimori…
Porque no lo ha tratado, yo sí, aunque poco. Tanto él como yo confiábamos el uno en el otro. Yo me acercaba solo cuando tenía alguna duda seria, y vi que vivía en Palacio con la modestia de un empleadito. Yo no hubiera podido vivir así.
¿Fujimori fue honesto?
No sé. Puede ser. En su época, por supuesto que hubo bastante deshonestidad y no voy a decir que de todo tuvo la culpa Vladimiro Montesinos, pero, de todos los presidentes que han hecho obra siempre se han dicho cosas horrorosas. A Keiko no la pueden tocar porque sé que ella estaba absolutamente diferenciada de Vladimiro.
¿Conoció a Montesinos?
Sí, claro. El Congreso alguna vez sesionó en el SIN (el entonces Servicio de Inteligencia Nacional) y, como era una obligación, fui. Nunca me quedé más de los minutos necesarios, ni al almuerzo ni a nada, porque –como soy bastante intuitiva– algo me decía: “Acepta solo lo indispensable desde el punto de vista del cargo”.
¿Fueron los parlamentarios de todas las bancadas a sesionar en el SIN?
De todas las bancadas. Claro, por el tratado con el Ecuador, me acuerdo perfectamente de eso. Esa cosa no me parece mala, ni tengo por qué arrepentirme. Aquí la gente es bien pacata, bien cucufata. Era una cosa de Estado. Un ministro de Relaciones Exteriores renunció por cobardía, por el pedacito de Tiwinza. ¿Quién se ha acordado más del cuadradito de Tiwinza? Allí entró Fernando de Trazegnies. Esa sesión fue en el SIN. Yo no me siento manchada por haber ido al SIN.
Usted critica a Vargas Llosa en términos formales…
Le encuentro faltas garrafales desde el punto de vista de cultura lingüística, y se las digo, premio Nobel y todo. Y es un gran escritor porque el genio no tiene nada que ver con la gramática. Vargas Llosa es un gran escritor, pero tuvo una formación mediocre, en escuelitas de Cochabamba y de Piura.
¿La congresista María Sumire representa más al peruano promedio que usted?
Puede representar al peruano promedio, pero no tiene por qué representarlo en el Parlamento. Los peruanos queremos quedar bien con todos, pero rajamos del 99% de los demás. Por eso somos cobardes socialmente y políticamente correctos. Por eso tomo a honra ser políticamente incorrecta. A mí me gusta quedar bien con la gente que aprecio o admiro, pero no con todos.
¿Aprender a leer ha sido lo más importante que le ha pasado?
Sí. Ha sido lo más importante de mi vida intelectual.
¿Y cómo ha sido su vida en otros terrenos?
Yo he sido feliz, porque tuve un gran amor que me duró quince años. Pero también los grandes amores se acaban.
No me la imagino dándose un beso en un parque…
Esa no fue mi vida. Mi vida fue o la universidad o el mundo diplomático, donde se desenvolvía mi marido.
¿Ha jugado con sus nietos?
Por supuesto. A Luciano le enseñé a leer cuando este tenía cuatro años. Con mi bisnieta viví en la misma casa, con los demás he tenido menos intimidad, pero igual, está el cariño. Soy una abuela muy peculiar: me preocupo por ellos, pero no los aguanto (risas).
¿Cómo fue con su hija?
Fui una madre chocha, un poco tardía – porque tuve que esperar para casarme–, tal vez demasiado tolerante en todo. Ella no quiso ser nada, no le dio la gana.
¿Quiere a su hermano César?
Yo siento los lazos de la sangre. Él no me quiere mucho porque tiene el resentimiento del hijo natural. Yo no tengo ninguna culpa. Además, me enteré muy tarde. Mi padre tuvo tres familias: yo soy la mayor de la primera familia y él es el menor de la última. Yo le regalé un libro con esta dedicatoria: “En el nombre del padre” (risas).
¿Lo considera como un ejemplo de buen periodista?
Es un gran periodista y no tuvo que pasar por ninguna escuela de periodismo para serlo.
¿Cómo toma usted su propio ejercicio en el campo político?
Lo tomé como un reto. En mi vida he aceptado muchas cosas como retos. Estoy satisfecha, no tengo nada de qué quejarme.
¿A quién apreció más: a Juan Velasco o a Alberto Fujimori?
Son personas muy distintas. Cada uno en su estilo. Con ellos tuve poquísima relación personal, no hacía falta, pues no soy de las que molestan: soy disciplinada para cumplir una consigna o una orden. Velasco me hizo una dedicatoria linda: “Para Martha Hildebrandt: la primera soldada del Perú” (risas). Antes de escribirla, noté que se demoraba. Levantó la cabeza y me dijo: “Doctora, ¿se puede decir ‘soldada’?”. Le respondí: “Usted puede decir lo que le dé la gana, general” (risas).
Yo no tengo una buena imagen de Fujimori…
Porque no lo ha tratado, yo sí, aunque poco. Tanto él como yo confiábamos el uno en el otro. Yo me acercaba solo cuando tenía alguna duda seria, y vi que vivía en Palacio con la modestia de un empleadito. Yo no hubiera podido vivir así.
¿Fujimori fue honesto?
No sé. Puede ser. En su época, por supuesto que hubo bastante deshonestidad y no voy a decir que de todo tuvo la culpa Vladimiro Montesinos, pero, de todos los presidentes que han hecho obra siempre se han dicho cosas horrorosas. A Keiko no la pueden tocar porque sé que ella estaba absolutamente diferenciada de Vladimiro.
¿Conoció a Montesinos?
Sí, claro. El Congreso alguna vez sesionó en el SIN (el entonces Servicio de Inteligencia Nacional) y, como era una obligación, fui. Nunca me quedé más de los minutos necesarios, ni al almuerzo ni a nada, porque –como soy bastante intuitiva– algo me decía: “Acepta solo lo indispensable desde el punto de vista del cargo”.
¿Fueron los parlamentarios de todas las bancadas a sesionar en el SIN?
De todas las bancadas. Claro, por el tratado con el Ecuador, me acuerdo perfectamente de eso. Esa cosa no me parece mala, ni tengo por qué arrepentirme. Aquí la gente es bien pacata, bien cucufata. Era una cosa de Estado. Un ministro de Relaciones Exteriores renunció por cobardía, por el pedacito de Tiwinza. ¿Quién se ha acordado más del cuadradito de Tiwinza? Allí entró Fernando de Trazegnies. Esa sesión fue en el SIN. Yo no me siento manchada por haber ido al SIN.
Usted critica a Vargas Llosa en términos formales…
Le encuentro faltas garrafales desde el punto de vista de cultura lingüística, y se las digo, premio Nobel y todo. Y es un gran escritor porque el genio no tiene nada que ver con la gramática. Vargas Llosa es un gran escritor, pero tuvo una formación mediocre, en escuelitas de Cochabamba y de Piura.
¿La congresista María Sumire representa más al peruano promedio que usted?
Puede representar al peruano promedio, pero no tiene por qué representarlo en el Parlamento. Los peruanos queremos quedar bien con todos, pero rajamos del 99% de los demás. Por eso somos cobardes socialmente y políticamente correctos. Por eso tomo a honra ser políticamente incorrecta. A mí me gusta quedar bien con la gente que aprecio o admiro, pero no con todos.
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