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sábado, 13 de agosto de 2011

La lucha contra el crimen


Gustavo Gorriti, director de IDL-Reporteros (Foto: Christian Osés).














Reproducción de la columna ‘Las Palabras’ publicada en la edición 2193 de la revista ‘Caretas’.
HAY temas en los que cada vez que aumenta el ruido, la razón retrocede. Uno es el de la seguridad ciudadana; y el otro es el de la llamada ‘guerra contra las drogas’. No son iguales, porque la discusión del primero se asemeja a una asamblea de médicos medievales discutiendo remedios para una peste. En el segundo, antes que la ignorancia impera el prejuicio y, con frecuencia, la deshonestidad intelectual.
Los últimos hechos de violencia criminal, especialmente el intento de asalto y la balacera en la que resultó herida la niña Ariana Reggiardo, promovieron, de nuevo, las usuales recomendaciones que van desde el conmovedor exorcismo hasta la folclórica inutilidad.
El Fiscal de la Nación, José Peláez Bardales sugirió, por ejemplo, reabrir el Frontón para encarcelar ahí a los criminales avezados. Si desde el punto de vista penitenciario la idea no merece, con el debido respeto, mayor consideración, desde otros más simbólicos e interpretativos, es interesante. ¿Cuántos apristas, por ejemplo, compartirán la idea de Peláez Bardales, recordando al Frontón como un caso de éxito penitenciario?
Hay otras propuestas en ese ámbito que resulta difícil clasificar. Hace un par de años Alan García reclamó –con su excepcional capacidad para la distracción y el desatino– que se reabriera la colonia penal de El Sepa, como un Rip van Winkle criollo en feliz desconocimiento de lo que se ha poblado e inaugurado en los alrededores del río Urubamba en los últimos años.
Lo curioso es que, aún en sus disparates, García logra que lo remeden. En la campaña reciente, tanto PPK (a quien no se le podría reprochar un poco de reblandecimiento) como Humala (en quien sí sería preocupante) repitieron en algún momento la misma idea.
Aparte de las nostalgias de los tiempos de supuesto orden de Óscar R. Benavides (y Damián Mústiga); o Manuel Apolinario Odría (y Alejandro Esparza Zañartu), la otra corriente usual de recomendaciones es la que insiste en compras, equipamiento, tecnología, como la respuesta adecuada al crecimiento del crimen.
El buen equipamiento, la tecnología apropiada son, por supuesto, muy importantes cuando existe la institución y las personas preparadas para utilizarlos y mantenerlos bien. Cuando no, son un medio de corrupción en la compra y un gasto inútil cuando se los desaprovecha.
LO que he visto en los años en que me tocó cubrir a las fuerzas de seguridad, y específicamente a la Policía, es que nada es más eficaz en la lucha contra el crimen que tener en los puestos claves a policías expertos, experimentados, capaces y razonablemente íntegros. En varios de los casos que seguí, los policías más exitosos tenían un solo equipo sofisticado: ellos mismos.
Cuando en los años ochenta del siglo pasado se inició una epidemia de secuestros, uno de cuyos eventos más dramáticos fue el plagio de José Antonio Onrubia, el miedo se generalizó pronto. ¿Cómo enfrentar los secuestros? ¿Qué tipo de equipamiento y tecnología era necesaria?
Entrevisté a un coronel de la entonces PIP, que tenía la expresión de cordial timidez que uno suele encontrar en eruditos de historias olvidadas o en hinchas fieles de clubes que ya dejaron de existir. Se llamaba Froylán Palacios, le decían ‘Churrasquito’, había trabajado toda su carrera en investigación criminal y alguien había tenido el tino de asignarlo a perseguir secuestradores.
‘Churrasquito’ tenía una pequeña libreta en uno de los bolsillos de la raída guayabera y ahí, anotada en letra pequeña y minuciosa, estaba la relación de quién era qué y se relacionaba con quién en cada una de las bandas. Los conocía a todos, y su genealogía también. Cuando pasó a la acción, con los pobrísimos medios de que disponía, desactivó a casi todas las bandas en muy poco tiempo. Volvió a hacerlo después, hasta que Montesinos lo hizo pasar al retiro en 1990.
¿Casos similares? El del GEIN, por supuesto. El pequeño grupo de ‘cazafantasmas’ (así los llamaban al comienzo sus envidiosos colegas policiales) formado por Benedicto Jiménez, empezó a trabajar con cinco policías, una máquina de escribir vieja y una mesa coja. Pero la experiencia y el conocimiento logrados en el trabajo y el estudio intenso del senderismo (bajo la dirección de oficiales como Javier Palacios) durante varios años, valían más que bancos de supercomputadoras. La unidad de Jiménez creció luego, a la par de sus éxitos operativos, pero nunca fue grande ni dejó de ser austera. Y desbarató a Sendero antes de capturar a Guzmán.
La enseñanza es clara, entonces: los policías expertos y honestos son la mejor arma contra el crimen organizado. Y a la vez, los policías corruptos son, casi siempre, una causa importante del crecimiento de la criminalidad.
Esto último sucede tanto con los criminales violentos que depredan fuera de sus distritos –que son los de alto perfil– como con los delincuentes de menor nivel, pero más numerosos, que atacan y parasitan su propio barrio, su propia clase y son el mayor castigo y el peor impuesto a la pobreza.
“Los policías expertos y honestos son la mejor arma contra el crimen. Pero a la vez, los policías corruptos son una causa importante del crecimiento de la delincuencia”.
Cuando ha habido distritos y comunidades en los que la Policía ha trabajado y colaborado eficientemente con la población organizada, los resultados en la lucha contra la criminalidad han sido excelentes. Una y otra vez, el método de Policía comunitaria funcionó con eficacia para reducir el delito a partir de la articulación eficaz de los vecinos con la Policía.
Así en todas las situaciones el requisito fundamental del éxito ha sido tener policías capaces, motivados, expertos y probos. ¿Que eso no existe? Se sorprenderían de cuántos policías corresponden a esa descripción. Lo que sucede es que, rodeados por grupos corruptos, muy pocos llegan a posiciones de mando o logran mantenerse en ellas.
Entre los muchos casos que he visto, les puedo contar alguno reciente. Trujillo, como se sabe, es uno de los lugares más afectados por el crecimiento de grupos criminales y la inseguridad en general. El año pasado, el general Eduardo Arteta, un policía eficaz que había descubierto la gran potencialidad de la Policía Comunitaria, fue nombrado jefe policial de La Libertad. Llevó a algunos de los mejores y más exitosos comisarios como colaboradores, entre los cuales al comandante PNP Julio Díaz Zuloeta, y los resultados, con la cooperación de la población movilizada, fueron veloces.
 ARTETA chocó con algunos de los caciques apristas de La Libertad y Luis Alva Castro pidió su remoción. En una primera instancia, la población se movilizó y Arteta logró permanecer. Semanas después, sin embargo, en una visita de Alan García a Trujillo, Alva Castro y otros volvieron a pedir la destitución del incómodamente exitoso general. García la ordenó de inmediato, Arteta fue enviado a Tumbes, su esfuerzo desactivado y Trujillo, como habrán leído, volvió a la normal anormalidad.
A fines del año pasado (ya he escrito sobre esto, pero no sobra repetirlo), a la hora de los ascensos a general, promovieron (junto con algunos buenos o muy buenos) a coroneles cuya única distinción eran sus faltas. Mantuvieron a otros probadamente corruptos e invitaron al retiro a oficiales de muy buena trayectoria, como el general Edwin Palomino, cuya unidad, la Dircote, había sido galardonada como la de mejor productividad; o el general Mauro Medina, un oficial prestigioso pasado en forma igualmente escandalosa al retiro.
Entonces, junto con otros factores, hay ciertos elementos de diagnóstico que no fallan: cuando la criminalidad crece con cierta fuerza, uno puede estar seguro de que hay un problema serio de corrupción en la Policía.
Por eso, si quiere tener resultados más o menos rápidos y sólidos en el mejoramiento de la seguridad ciudadana, lo mejor que puede hacer el nuevo ministro es investigar y verificar con cuidado quiénes son los policías capaces, eficientes y honestos, y quiénes son los gánsters y los inútiles. Con los más capaces en el puesto preciso, los buenos resultados no tardan en llegar.

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