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domingo, 10 de octubre de 2010

La hipocresía social Luis García Miró Elguera


Decía Le Rochefoucauld que la hipocresía es el peaje que el vicio paga a la virtud. En nuestro caso  la sociedad moderna está dominada por el vicio antes que por la virtud, a costa de peajes convertidos principalmente en campañas mediáticas destinadas a disimularlo todo. Hoy prima la máxima Dios perdona el pecado pero no el escándalo; en consecuencia lo único que la sociedad busca es protegerse de esto último. Es decir, hacerlo todo pero a escondidas.  
¿O acaso el consumo de droga, el contrabando político o el todo vale sexual son expresiones de virtud? Todo lo contrario. Pero si quienes practican estas costumbres se organizan –como sucede en nuestra sociedad– para que sus vicios queden fuera del marco publicitario, entonces habrán conseguido la cuadratura del círculo que les permite pasar la vida con bandera de virtuosos; eso sí, con su carga de degeneración muy bien llevada a escondidas.
La nuestra entonces es una sociedad monumentalmente hipócrita. Para nadie es un secreto que los políticos de la neo izquierda –la progresía caviar, no así la zurda radical que es clara en su mensaje y actuar extremista– son una partida de fariseos que aducen identificarse con los débiles y pobres pero viven como millonarios, precisamente a costa del fenomenal negocio que han creado ellos mismos –las oenegés– para captar dinero de mega fundaciones que rebajan impuestos donando a los menesterosos, o de países que distribuyen riqueza para quedar bien ante el mundo destinando recursos para los oprimidos y necesitados.
De la misma manera para nadie es un misterio la gigantesca cantidad de gente que usa cocaína, marihuana, opio o lo que fuere para drogarse y que ocupa espacios importantes en la sociedad: en la política, los medios, el empresariado, la academia o la cultura. Es más, mucha de esa gente –a veces de manera discreta o en ciertos casos públicamente– defiende y hasta promueve el uso de narcóticos justificándolo como parte de la vida contemporánea. Sin duda lo que hacen estas personas es drogarse lejos del lente de alguna cámara para evitar caer en el escándalo. Pero al narcotizarse trasgreden expresamente la ley, por más que nadie los vea. Es delinquir sin ser descubierto. Es el crimen que queda impune porque no se logra identificar al criminal. Seamos conscientes: mientras el mundo no decida lo contrario el uso de drogas está prohibido; por más que esto no les guste a los consumidores. Por algo el narcotráfico es una organización delictiva a la que persiguen todos los países del planeta.
Y siendo coherentes –otra virtud en vía de extinción– la gente que usa drogas forma parte de los carteles de estupefacientes que matan, secuestran o asaltan en forma sanguinaria, porque al convertirse en cliente –que financia la operación– automáticamente se integra a la cadena del tráfico ilícito internacional; por más que de la boca para afuera critique al narcotráfico.  O es que  con el dinero que paga a su “proveedor” el político, el periodista, el artista, el intelectual o tanta larva que consume estupefacientes, ¿acaso no está financiando al capo y, junto a él, a toda la temeraria cadena criminal que interviene en la plantación, elaboración y comercialización de la droga? Con hipocresías a otra parte. Tanto quienes alientan que los politicastros introduzcan de contrabando a enemigos de la sociedad, como quienes critican al narcotráfico siendo consumidores de droga, no deberían tener cabida en el Estado, los medios o cualquier otro espacio –público o privado– con influencia en la vida pública nacional. 

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