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miércoles, 5 de enero de 2011

Wikipolítica

Columna




Uri Ben Schmuel
uribs@larazon.com.pe
Tienen razón Meche Aráoz, PPK y todos los que han calificado de leyenda urbana el contenido de los cables revelados por WikiLeaks sobre la personalidad del presidente García. En realidad, gran parte de los más de 200 mil cables son apenas una colección de esa chismografía barata que se escucha en los cócteles, con una que otra “pepa” por ahí. Pero el asunto nos sirve de punto de partida para reflexionar sobre la conducta histórica de Washington respecto a la región. Y la conclusión es que con Obama continúa en un nivel tan insoportablemente leve como el noventa por ciento del wikicontenido.
Gustav H. Petersen, ex miembro del Council on Foreign Relations –que, desde su fundación en 1921, es la organización privada más importante de Estados Unidos en materia de política exterior– acuñó en su momento una frase que resume a la perfección el asunto: Estados Unidos no tiene una política latinoamericana, excepto una de “negligencia benigna”.
El origen de esas políticas, según Petersen, se remonta a Truman. Tras la II Guerra Mundial, las relaciones con Latinoamérica fueron relegadas a una posición subordinada en la escala de importancia dentro de la política exterior estadounidense. A ello se sumó la conducta de algunas corporaciones estadounidenses en Latinoamérica hasta bien entrada la década de los 70, que dejaron una imagen de explotación y hasta de injerencia política que a la fecha no ha podido alejarse del imaginario popular (el “americano feo”).
A pesar del esfuerzo de Kennedy para relanzar las relaciones con América Latina mediante la creación de la Alianza para el Progreso, el programa no estuvo a la altura de las grandes expectativas que suscitó. Y Johnson se involucró demasiado en Vietnam como para realmente prestar atención a Latinoamérica.
Otro hito fue el discurso de “bajo perfil” que el presidente Nixon pronunció el 31 de octubre de 1969, basado, en parte, en la mal concebida y desafortunada misión Rockefeller. Nixon hizo hincapié en que el norte y el sur del hemisferio debían guiarse básicamente por sus propios intereses y cooperar más que nada en el ámbito comercial.
Durante la presidencia de Carter hubo intentos de rearticular una política más cálida hacia la región, como lo prueba el caso del Canal de Panamá. Pero, en un balance de más de seis décadas, lo cierto es que Estados Unidos nunca ha estado muy capacitado, tanto en medios como en consenso político interno, para lidiar con los problemas latinoamericanos.
Las prioridades de la Casa Blanca están en “puntos calientes” como Afganistán y luego en China, para no hablar de la lucha contra el terrorismo islámico y los rescates financieros. En Latinoamérica, en cambio, nos preocupan asuntos más “terrenales”, como los índices de pobreza sostenidos y el aumento de la inseguridad pública.
El gran desafío estadounidense, por lo tanto, es conciliar agendas y colocar a América Latina en un plano más elevado de su política exterior. El reclamo de Petersen y de otros analistas es que no puede postergarse este desafío de manera indefinida. Pero en Washington cunde la sordera y, si nos guiamos por los ‘wikicables’, también la frivolidad.

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